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» — pa E a A O RT. ST RT => TT LS TRA A Pa A A A e A 214 Equivocación... dome católico? Me lo acaba de decir. ¿Y que ahora lo acabaría de matar casándome con Raquel? ¡Ah! esto nunca. Lo otro ya está he- cho. Y no puedo, ni debo, ni quiero decir ¡ya no tiene remedio! en son de lamento, sino que bendigo la hora en que así fué, y digo mil veces, bien hecho está. ¿Pero quién me acompañó? ¿Quién me dijo eso?¿Ha sido mi padre ó ha sido mamá? ¿Y es mi padre el que lo ha dicho? ¿Pero cómo dice mi padre idea descabellada, y mía, si no es mía, sino suya, y no es descabellada? ¡Oh! me abrasa el cerebro, y el corazón se me vá. ¡Pobre joven! Quiso rogar á su papá que por compasión le alivia- se en tanta pena dándole explicaciones. Salió poco á poco, llegó has- ta la puerta principal que cerraba todas las habitaciones de su padre, se detuvo observando si por algún lado se veía luz, y no se veía. O su papá la había ya apagado, ó no la había encendido, ó no la quería encender.—¡Y acaso mi papá está ahí dentro llorando! — pensó el joven. De todos modos se veía allí detenido por su misma educación, delicadeza y respeto, y en vez de llamar antes que Su padre se acostase, se resolvió á volverse y pasar la noche sufriendo con tan acerbo dolor. —¿Luego es verdad lo que me anunciaba Raquel? Pero eso ¿por qué? No había hecho nunca un examen más prolijo de sí mismo so- bre toda su vida. En su conciencia estaba tranquilo. Ni ante Dios E ni ante los hombres había hecho nada contra ley divina y huma- na, ni contra la voluntad de su padre. Todo lo contrario. Precisa- mente en su conversión, que á lo que parecía era la piedra de es- cándalo, no sólo había intervenido su padre, sino que era el pri- mer motor, y buen trabajo le había á él costado obedecer, pero al fin, había obedecido. En fin—se decía Orlando—yo no sé qué pensar de todo esto; pero veo claro que no podré casarme con Raquel. ¡Pobre Raquel! Admiro la previsión del Cardenal en no aceptar un acto como for- mal compromiso sin que yo viese antes las dificultades que se po- dían presentar en la familia. En estos pensamientos le acarició dulcemente el sueño sentado en la butaca. Guando despertó había descansado algo, muy poco, y se sintió triste y abatido.

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