BCCPAM000521-3-32000000000000

Novela histórica 15 me conocía, y mi presencia le sorprendía y dañaba y atormentaba como si forzosamente viese un espectro venido del otro mundo. Y aquel bravo militar, que había ganado sus grandes cruces y ascensos fuera de la politica, en el campo de batalla, lloraba ahora como un niño, como la más tierna madre, y hacía llorar á todos. Raquel, que tenía los oidos más atentos á los gemidos que venían del salón que á la conversación de la religiosa, sintió. un estremecimiento, y con el timbre y con gritos llamaba y pregunta- ba á su madre: —¿Lloran mamá?... —SÍ, hija mía; pero de alegría. —Contestaba entrando y echán- dose en los brazos que le ofrecía su hija.—Orlando vive, y vivirá siempre...-—Y las dos lloraban mezclándose sus lágrimas. —Quiero ir al salón, llevadme, llevadme, pronto. ¿Quién dice que vive Orlando? Y con las manos se esforzaba por retirar de su cuello los brazos que su mamá le tendía para tenerla sujeta á fin de que no saltase de la cama. Bien sabía la ingeniosa madre cuán delgado era el hilo por el que Orlando estaba aún unido á la exis- tencia; pero de ese ténue hilo pendían dos vidas, y ya que una se extinguiese, trataba de robustecer la otra con esperanzas y dora- das noticias. A todo trance quería evitar una desagradable impre- sión que sería funesta para su hija. —Todo lo sabrás aquí mismo, hija mía; no te muevas. El doctor Behring ha llegado, estuvo ya en el hospital, ba visitado á Orlan- do, sólo respira satisfacción y esperanza. Quiero que le oigas todo de su misma boca y voy á decirle que entre. Martina, quedó sorprendida, estupefacta, petrificada, en la puerta del salón. No se explicaba la consternación de aquel cua- dro que poco há había dejado mas alegre. Todo estaba ahora en silencio. Un escalofrío corrió por todo su cuerpo. El corazón le dió un vuelco. A interrogar iba ella sobre aquel lúgubre cuadro, sin saber qué decir, ni á quién preguntar; y pa- sando rápidamente por todos los allí presentes sus extrañados y azorados ojos, cayó desganada en el pavimento viendo al General con el pañuelo en el rostro y con la mano izquierda apretando contra su corazón, después de haberla besado cien veces y regado con sus lágrimas, la mano cortada de su hijo. Fué este un golpe y un cuadro que el médico real no pudo evitar. Bien había echado

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz