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12 Equivocación.. —Behring en persona. ¿El primer médico de S. M. R.? —El mismo. —Pero ¿de dónde ha venido? ¿Cuándo ha venido? ¿cómo ha venido? ¿6 ha caido del cielo? —No lo sé... no lo sé; pero está aquí, contestaba á todos David. Yo supongo que ha venido con nosotros, pues al llegar al hos- pital vi un coche que nos precedía desde la estación, y hemos vis- to al viajero con su maleta-botiquín saltar del coche y subir la es- calera á toda prisa. (Un coche se había detenido en la entrada de la Capitanía). Pero esto es imposible, David, —objetaba Martina—no le he- mos visto en todo el trayecto desde Berlín, ni siquiera aquí en la estación ni..... ehring subía la escalera y entraba ya al salón sin anunciarse, acompañado de Schorech. —Yo sí, banquera, yo sí; os he visto en el trayecto y os he vis- to en la estación. Juntos hubiéramos venido desde el andén 4 la Capitanía pues allí hubiera dejado para vosotros mi obligado y ríguroso incógnito. El interés de vuestra conversación fué una venda que os impidió verme y conocerme cuando yo á vosotros me acercaba para saludaros. Me alarmé al escuchar un momento, y pensé que podían ser años perdidos los instantes de mi deten- ción. Creí que mi primera providencia debía ser dirigirme al hos- pital. 'Podo lo encontré prevenido para la amputación del brazo, pues progresaba la gangrena. Sólo faltaba desvanecer el temor de algunos de los Doctores consultados que veían la muerte tras de la amputación, por el extremo abatimiento físico y moral de Or- lando. Todo está ya arreglado. Podéis ahora preguntarme cuanto queráis. Estoy á vuestra disposición. —¿Y vos general, cómo estáis? —¿Mi hijo, mi hijo?..... Behring antes de contestar al General y de tomar asiento, dió las gracias al Dr. Schoreh y le rogó se volviese al hospital, á la cabecera del herido, con encargo de tenerle al corriente, cada hora por lo menos, del estado de Orlando.—Vuestro hijo, el Coro- nel Hereford, quiere morir, pero no le dejaremos y vivirá. Una triste convicción le avecina á la muerte más que las heridas. Os tiene á vos por muerto. ¡Ah, hijo mio!..... Bien decía yo que aunque me miraba no

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