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ms 202 Eqguivocación... —Por eso mismo, y no sé por qué. Tu no conoces á mamá ni á papá David, y tal vez ni á tu mismo papá. Tampoco yo los cono- cía. Tales cosas oí en casa, que te horrorizarás al saberlas cuando venga tu papá, pues yo estoy aterrorizada; y cuenta que no sé si no que ellos tres tiemblan sólo ante la posibilidad de nuestro matri- monio. —Pero ¿por qué? ¿por qué? —No lo sé. Pero me dijeron que peligraban sus intereses y su vida si consienten nuestra unión. ¿Y nuestra vida, la tuya sobre todo, estaría muy lejos de ese peligro? —No sé. No participo de tus temores. —¡Oh! Dispénsame, Orlando. Te debo todos los sentimientos de mi corazón, y todos los pensamientos más ocultos de mi alma. Antes de salir de Berlín para venir aquí, pensé si debía matar á los tres, á los cuatro, también al Duque, envenenando el convite en que yo debía ser presentada á mi pretendiente, candidato de los papás. Urlando no hizo alto sobre ese cuarto personaje, pues sabía que muchas veces eran admitidos á la mesa en el Palacio 3amberg, miembros de la más linajuda nobleza. —Raquel, me asustas.—Fué lo único que al oírla opuso Or- lando. —Te lo digo todo para que me contengas, me dirijas y me go- biernes, pues tengo aun las mismas intenciones. Ya que me siento con valor para envenenar á todo el mundo si se opone á nuestra unión, yo la primera renuncio á ella si á tí te se había de seguir el menor daño. Prefiero morir consumiéndome de amor. Pero acaso sea sin culpa de ellos el oponerse á nuestra unión. Puede ser una coacción externa, extraña á nuestra familia. Creo que sí. Pero ¿tan temible y tan poderosa es, que toda la influencia y riqueza de nuestra casa no basten para conjurarla? Una cosa sé de cierto, y es que la primera causa de esa tem- pestad deshecha es tu perversión y entrada á la Iglesia romana. —No puede ser. O por lo menos no estarán “acordes los tres, pues mi papá es quien me lo ha mandado. ¿Cómo? ¿tu papá? ¿tu papá te ha mandado ser católico? —Fi.

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