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LI A a CAPÍTULO XIV | Raquel suplica 4 Orlando que no se case con ella que en otro; ni sé si en mi concepto has valido más en una'ocasión que en otra. No puedo expresarme, ni tú necesitas mis palabras para entenderme. Casi hemos nacido en la misma hora, de madres que eran inseparables como una sola, una misma nos ha nutrido á los dos, juntos hemos vivido siempre bajo el mismo techo, con el mismo espíritu y religión, y con los mismos gustos, pues yo no he tenido jamás voluntad apuesta á la tuya. Sin embargo, por lo que acabas de hacer te considero tan superior á mí, y por lo que yo he hecho, me considero tan indigna de tí, que adorándote como te adoro con toda mi alma, amándote más que á mí misma, más que á mi vida, no puedo menos de aconsejarte que no te cases con- migo. —¡Raquel!... ¿Qué dices? —Lo que oyes. ¡Oh, si! Mi amor es tal y tan grande que no ad- mite un grado de egoismo; y sacrificaría yo todo mi amor, toda mi felicidad, toda mi dicha, antes de ser causa de un momentáneo sufrimiento para tí. Tú no preguntas muchas cosas, porque eres el hombre más prudente; pero ¿debo yo consentir en que te quiten la vida? —¿La vida? Pero á mí ¿por qué? —Por casarte conmigo. Por casarme contigo. —¿Pero á tí también? ¿Por qué, por qué? |

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