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Novela histórica 199 El mismo Cardenal, con su clarísima percepción, abarcó pronto cuanto de bueno podía dar de sí aquella recta intención, aquella buena disposición de ánimo aún empezando con fines tan humanos y cuán fácilmente entraría en el verdadero redil aquella oveja traída en hombros de Orlando. ¡Tiene Dios tantos medios! Así creyó Orlando leerlo en la mente del Prelado y anticipán- dose á sus palabras le dijo: —Monseñor, Raquel es católica de intención y voluntad. A su educación protestante no puede exigírsele por ahora más. Si ella promete respetar y obedecer las condiciones que para tales matri- monios sapientísimamente impone Nuestra Santa Madre Iglesia, respecto de la familia, yo la quiero ya más que hermana, y esto y pronto á casarme con ella. —Si, si, —decía Raquel acogiéndose á Orlando como náufrago á una tabla sin la cual perece —quiero esas condiciones, y tú te encargarás de hacérmelas cumplir. -Pero exijo además separarnos de casa. Yo estoy bien conven- cido de mi fe y catolicismo, y no temo. Pero mamá es terrible, y tendré que estar siempre oyéndola blasfemar de lo que ignora. Y aunque Dios bendiga mi matrimonio, miraré yo como una maldi- ción, si mis hijos tienen que educarse y vivir con mamá. Raquel se avino á todo, dejándolo todo á su disposición. Orlando se levantó, y tomándole la mano derecha se dirigió al Prelado, diciéndole: —Monseñor, ante Dios, por mi palabra de honor, y vos testigo, prometo á Raquel casarme con ella cuando regresemos á Berlín. A Raquel le embargaba la emoción y tuvo que sentarse. El Cardenal se dirigió á ella con estas tiernas palabras: —Insignificante en apariencia, ha sido grato 4 Dios vuestro acto respecto del catecismo. Dios clemente encuentra algo que premiar en él; y sobre todo premia vuestra recta intención, buena voluntad, y sumisión á las leyes santas y sabias de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Si os fijáis en la vida del que acaba de prometer ser vuestro esposo, no dudo comprenderéis la bondad de su causa. Cuanto él sea más santo, os dará mejor idea de la santidad de la Iglesia, y vos comprenderéis el error en que ahora estáis, y por el cual no podéis conocer la gravedad de vuestros hechos. Si un día lo reco- A

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