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a ci a A A A is 198 Equivocación... era la conciencia lo que te impedía, que en conciencia no podías casarte conmigo? Roto y ensangrentado está ya ese lazo de con- ciencia. ¿Qué, pues, te impide? —A mamá lo dije, lo escribí y lo firmé; y ahora lo confirmo por la misma causa, pues el mismo impedimento hay en mi conciencia. Jamás me casaré con protestante, sino con católica. No hay tal la- zo roto ni ensangrentado. Y aquí acudió á la mente de Orlando toda una historia horrible cuyos datos había entregado ya en el hospital al Prelado, y éste sabía bien por qué acentuaba aquellas palabras: jamás me casaré con protestante. —Es impío ó mal ententido tu papismo, pues así desgarra el corazón y las entrañas.—Le opuso Raquel. —¿Tengo yo alguna culpa de no ser papista? Yo entré furtivamente en una librería ca- lólica y compré un catecismo romano. Lo leí toda la tarde con verdadero afán, y lo volvi á leer tres veces más, para poderte decir: Orlando... yo soy lo mismo que tú. Pero lo encontré tan absurdo, tan irracional y tan déspota, que lo rompí, lo mordí con rabia, lo arrojé de mi, no sé, acaso de despe- cho porque no podía hacerlo mío para ser como tú. —Raquel... Raquel...—exclamó Orlando con lágrimas sin fin y compadeciéndola con infinita compasión. ¿Qué podía hacer ella ¡infeliz! en una tarde de catecismo y con tan bajo fin, si á él le había costado años con mejor disposición y aún gracias á la gracia de Dios? Era más fácil escribir la verdad en papel limpio, que escribir en él después de raspados los erro- res. Era más fácil escribir en la tabla rasa de la frente de un niño, que en la madera de sus frentes carcomidas por tantos errores protestantes. Isa confesión sincera de Raquel fué tan valiosa á los ojos de Or- lando, que sintió éste muy de veras no haberla sabido á solas para dar un abrazo á su hermana. Sabía que la vida de Raquel había si- do siempre un continuado acto de amor hacia él; pero ese salir sola de casa, entrar en la librería y con ese objeto, fué tan heroico á sus ojos, que conmovió su corazón y lo afectó de muy distinto modo. Dió á su hermana una mirada tan tierna y amorosa como no se la había dado nunca; tan prolongada como se lo consintieron las lágrimas.
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