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Novela histórica 197 nidad, aturdido ante tales disparates; sólo Raquel triunfaba en la visita llevando su acaloramiento in crescendo. Agitada por sus nervios, excitada por su misma debilidad, por su amor, por su lo- cura, se levantó furiosa atrayéndose la atención y miradas de los dos, y con un grito de verdadero frenesí, dijo: que si no podía ser, ó si más no podía hacer, se clavaria ella misma el puñal con que había matado á la papista, pero que antes.....—airada quiso mirar á Orlando y no pudo. El le concluyó la frase: ¿me matarás también á mí? Raquel se venía ya á tierra vencida por su extraordinaria ex- citación. Quiso apoyarse en Orlando, le impuso la presencia del Cardenal sentado entre los dos, Orlando al verla caer, se levantó presuroso á sostenerla, pero llegó tarde y no pudo bien por la falta precisa de la mano. Sólo había tenido Raquel un desvanecimiento momentáneo, pero su figura era verdaderamente lastimosa. Rehusó tomar cuanto se le ofrecía para reponerse. —¡Ah! Monseñor,—decia Orlando—cuánto ha de dispensarme. Yo prefiero verla ahí, á pesar de la molestia que causa á V. E.R. á verla muerta en la calle, pues se me hubiera suicidado tirándose por el balcón abajo. Ahí donde la vé, Ecmo. Sr., hecha una furia, es una malva á mi lado. Pero yo no sé qué espíritu ma- lo se ha ingertado en el suyo de poco tiempo acá; no sé por conse- jo de quién obra. No obstante lo que he tenido el honor de comuni- car á V. E. R. respecto á ella en varias conferencias, pero esto pasa de la raya, yo la desconozco, no es la misma, no sé quién obra en ella. El Cardenal sabía ya de Raquel que era una Juana la loca por su hermano Orlando. Jamás hubiera creído tanto, y ahora se en- contraba ante la asesina de la pobre monja, víctima de los increí- bles excesos de aquella amante enajenada. Raquel, en silencio, respiraba anhelosa. El Cardenal miraba á Orlando con mirada interrogante como queriéndole preguntar: ¿qué hace en este caso? —Yo la he querido siempre, monseñor, como el hermano más amante á su más querida hermana. Diera mi vida por conservar la suya. Pero jamás había pensado casarme con ella, porque todo mi amor ha sido y es de verdadero hermano. —¿Y cómo dijiste á mamá, y hasta escribiste y firmaste, que

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