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A 196 Equivocación... Para no hacer un silencio demasiado prolongado dirigió una mirada de inteligencia 4 Orlando mientras preguntaba á Raquel cómo estaba la familia y el General vencedor. Ella contestó fría y secamente: Bien; gracias. Pero ya el Cardenal había leido en los ojos de Orlando su contrariedad y disgusto. No estaba menos contrariado el Arzobispo, pues además de que no se le daba pie para conversación, él debía mirarse mucho para iniciar suya propia ante la hija de tal madre. Raquel fué la más intrépida. Y no podía ser de otro modo ha- biendo tenido ya en el hotel la audacia y temeridad de imponerse á Orlando para ir donde él fuese. —Soy yo, sí, Monseñor, quien ha quitado ese estorbo.—Inte- rrumpió arrogante, cuando el Cardenal demostró á Orlando pesar por la desgracia de su buena enfermera, la Hermana Sor Leona. Orlando se echó el pañuelo á los ojos. El Cardenal quedó asom- brado ante aquella loca é increíble confesión. Sólo Raquel se mos- traba en posesión de sí misma, repitiendo, yo, sí, ¿no lo cree Mon- señor? Yo, sí, con todo el derecho que asiste á un propietario para matar á un ladrón defendiendo su propiedad. Monseñor llegó á creer que efectivamente aquel hablar que denunciaba á una loca, sólo podía proceder de quien habría tenido alguna participación en el crimen, pagando por lo menos al asesi- no. Y ahora, efecto de esa complicidad, se le perturbaban las fa- cultades por la magnitud del atentado, ó bien que buscaba des- cargar su conciencia de tanto peso. —Soy yo quien ha matado á su mujer —continuaba intrépido. —A mi mujer... Cardenal, ,—interrumpió Orlando entre lágri- mas y llanto. —A su mujer, si, Monseñor. Y si ahora que está libre del error y del engaño de esa infame, su papismo le impide nuestra unión, lo mismo me probará que el papismo es malvado, que es perverso, digno de todas las maldiciones del cielo y de la tierra, y de todos los castigos del infierno. ¡Ah! bien dice mamá y lo trae Mateo en el Capítulo X, que el papismo no ha venido á la tierra á traer la santa paz, sino el cuchillo de la discordia; que ha venido á separar los corazones más unidos, y que de los mismos hermanos hace ri- vales. Orlando llorando más y más; el Cardenal, en medio de su sere-

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