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Novela histórica 195 Y casi convencido de que ella preferiría quedarse tranquila en el hotel, le dijo: —Si voy á casa del Cardenal, del Arzobispo, del Pastor de los Papistas. —Ve donde quieras, yo no me quedo aquí sola, voy contigo y si no me llevas, correré tras el coche; donde no pueda más caeré muerta. Todos los planes de Orlando, y cuanto pensaba ya consultar al Cardenal, todo, con la presencia de Raquel, cambiaba ya de as- pecto. Y no tuvo más remedio que volver al teléfono y avisar al Se- cretario que le urgía ir, pero que de ir se veía obligado á llevar 4 su hermana que había legado de Berlín. A ver si el Sr. Cardenal tendría inconveniente en recibirla. Que podían ir los dos, fué la contestación. Y los dos fueron. ¡Qué angustias para Orlando! El Emmo. Purpurado, no conocía á Raquel. Tampoco cono- ció á su mamá, pero sabía bien era la señora luterana que tan descortesmente se había conducido con las Religiosas en su segun- da visita al hospital, por causa de la conversión, y demás, de Or- lando. Nuestro joven afligido, ya en Palacio, estaba sobre ascuas en- cendidas. ¿Qué iba él á decir al Prelado? ¿Qué le comunicaría? ¿Qué con- sejo pedirle? El Cardenal sabía bien 4 qué atenerse respecto de Sor Leona con relación á Orlando, pero ignoraba el hecho de Raquel, aunque estaba ya enterado del suceso de Sor Leona. ¿Cómo decirle al Car- denal delante de Raquel, allí está la víctima, aquí está el verdu- go? Sufría tan horriblemente, se encontraba tan sobrado de ideas, tan falto de palabras, tan nervioso y tan pálido, que el Prelado notó algo gravísimo, sin atinar el por qué de aquel estado. Recordó que Orlando había suplicado primero la consulta sólo para sí, y que después había preguntado si sería recibida su her- mana Raquel, pues de ir él, se veía obligado á ir con ella. Ese verse obligado era una coacción para Orlando por el obs- táculo del acompañamiento, y en tal caso, ¿qué podrá decirme, que deberá callar, y qué giro tomará la conversación en la visita? ¿4 qué se reducirá? oe rm e e