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Nové la histórica 11 Todas las gracias brillaban en aquel hermoso rostro como en el cielo las estrellas. Eran sus ojos dos fulgurantes carbunclos que de contínuo centelleaban, y su boca un grupo de rubies sostenido por brazalete de perlas. Era aquello una prodigalidad, un derroche de la naturaleza. Venus en cama, Sor Francisca: había oído ya en el hospital que la madre del herido no tendría ya ninguna pena por la sencilla razón de que el General era viudo, y Orlando. hijo úni- co; y fué atando cabos sueltos hasta componer este ovillo: que aquella joyen enferma tendría relaciones amorosas eon el Capitán herido. ¿Cómo os encontráis, amable señorita?—A Martina agradó mucho el saludo cariñoso y confiado —Bien. A secas contestó Ra- quel á la Religiosa, no esforzándose ni aún por aparecer agradeci- da. Era recibida contra su voluntad, y quería ahuyentarla cuanto antes. —Yo celebro vuestra mejoría, y espero animaros para que podáis dejar el lecho cuanto antes. —¿Y con qué me animaréis? ¿vos habéis amado alguna vez? Había sido muy violento para Raquel ceder á las instancias de su mamá y recibir á la religiosa. No podía conservar por mu- cho tiempo un continente dulce y moderado, máxime estando ya tan nerviosa. La Hermana de la caridad, ante aquella extraña pregunta hecha en son de duda y en tono despreciativo, sintió un agudísimo latido de su corazón;—pero no se desconcertó. Contestó inmediatamente, aunque en distinto sentido del que era pregunta- da, que ella había amado siempre, y amaba actualmente. ¿Y habéis sido correspondida? —5i; siempre. —Entonces, vos no me entenderéis, ¿y en qué podéis ani- marme? Martina comprendió que su hija se exaltaba. Ya la Religiosa se disponía á contestar, cuando la señora interrumpió diciendo:—Tu papá, Raquel. Oigo á tu papá en el salón. Ya hay noticias. Y de- jando á la monja continuar su conversación salió á preguntar á su marido: —¿Qué es de Orlando, David? —Vive; y nada más podemos aventurar. Un poco de calma, y pronto sabremos á que atenernos. Bebring está aquí.