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Novela histórica 198 Raquel se levantó, comió bien, y á las dos horas tenia ya don- de elegir entre riquísimos vestidos. Por cierto que la debilidad, los sufrimientos y los recuerdos, la tenían abatidísima; pero para to- do sacaba energías de su triunfo. Había dejado viudo á Orlando, y por tanto podía ya en conciencia casarse con ella. ¡Pobre Raquel! Orlando estaba tan abatido como ella, pues no sólo había pe- sado mejor la gravedad de los sucesos sobre los cuales Raquel echaba oro é influencia, sino que no había descansado desde que llegó su hermana. —¿Qué me decías antes, Orlando, de carta blanca? —Nada, nada. Es de otra que tengo que preguntarte algo. ¿Te acuerdas quien te escribió la carta que enviaste á la Superiora del Hospital? —Sií. Un memorialista. —Pero ¿quién es? ¿dónde vive? —No sé. —¿No recuerdas poco más ó menos? —No sé. Creo que dando vueltas alrededor de aquellas calles próximas al hospital, lo encontraría. —¿Qué decías á la Superiora? —Nada. Que quería saber noticias de Sor Leona, que incluía cien francos para el hospital y que me acusase recibo con su pro- pio nombre sobrescrito. —¿Y dónde recibiste el acuse? —Donde le había rogado que lo dirigiese. A la Administración de Correos. —¿Guardas esa contestación de la Superiora? —No sé si la tengo. Creo que sí. La eché al fondo de la car- tera de manos y la cubrí toda con las monedas. Mira á ver en el fondo de la valija. Orlando abrió la bolsa, inclinó á un lado todo el dinero y apa- reció en el fondo algo blanco. Era la carta. Decía el sobre: Sra. Doña Vicenta Dubois. «Administración de Correos.» —Yo había avisado ya que esperaba aviso de una Sra. para colocarme, y que iría á ver si llegaba á la Administración carta á mi nombre. —¿Pero tú sabías ya el nombre de la Superiora? 13 e A
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