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Novela histórica 191 bia persuadido con sus razones. Y era muy cierto, pues la Supe- riora, precisamente por esa confesión, se quedó aún más perpleja, y prueba de ello, que en cuanto Orlando se retiró, buscó la carta anónima para volver á leerla. Entonces quedó plenamente con- vencida de que la carta no era de Orlando. ¡Cosa extraña! Se había fijado ahora en una particularidad que no había notado antes. Cuando leyó la carta por primera vez, bus- có la firma, y no la había; leyó en seguida para ver qué y deducir de quién, y no dedujo. Ahora se había fijado en que aquella letra no le era del todo desconocida, y conocía muy bien que no era de Orlando. ¿Por qué, pues, de un modo indirecto ha querido decir, ó por lo menos ha permitido que yo crea, ha sido él quien envió los 100 francos? Esto-no es noble, y él lo es en toda la extensión de la palabra. No me lo explico, Y la Superiora daba vueltas y más vueltas á la carta queriendo recordar y reconocer cuya era aquella letra. Orlando llegó á casa mucho más preocupado todavía. Encon- tró á Raquel ya despierta y en muy buena disposición, si no para comer, por lo menos para conversar con juicio. —¿Cómo estás, Raquel? Parece que has dormido mucho y con provecho. ¿Cómo estás? —Estoy aturdida. Hace rato que estoy despierta y no me atre- vía á llamarte. No sé lo me pasa. He dormido mucho y bien; ten- go la cabeza más ó menos despejada, pero estoy en sano juicio, y estoy avergonzada de verme aquí. Te esperaba sin desear que vi- nieses. —Pues ahora, ya que he venido, estoy á tu disposición. ¿Qué quieres? —No sé. Te espero para que dispongas tú. Embarazadísimo se hallaba Orlando. Le expuso primero un pensamiento que le preocupaba mucho. —Díme, Raquel, ¿te has dejado olvidada en la estación, ó6 has perdido en el viaje alguna maleta? —No. No tengo más que esa de mano. —Pues en esa no se ve más que muchas monedas de oro pru- siano y francés. —No saqué nada más de casa. Orlando quedó estupefacto.

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