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(a o rra a a PTA ÍO 6 stOÍ RRA PENN TO A A A A reo memes 190 Equivocación... elaro, pues al decirle que había dos ancianas incomunicadas, se enteró de quienes eran y rogó se las dejase en libertad. Como le replicasen que si no declaraba seguirían incomunicadas, dijo re- sueltamente que con eso no se la obligaría á confesar, que ella los declaraba inocentes, y que jamás diría quien era la anciana. Pre- guntada por el juez si conocía á su agresor, contestó que sí; más no quiso contestar ¿quién es? sino que la perdonaba de corazón, y que jamás ni aún por conservar la vida lo diría. Volveré á escribir. La Superiora. P. D.—Recaen sospechas vehementes sobre una pobre anciana de malos antecedentes á quien por sobrenombre llaman la suegra, la bruja. Es ya la tercera tildada. Tampoco resulta contra ella cosa alguna. Dice muy afligida que es inocente, y que siempre se llevan la culpa los viejos, aun- que la tengan los jóvenes». —Ya ve, Sr. Coronel. Esto es lo que hay. ¿No le parece á su se- ñoria coincidencia que casi en los mismos días se recibiese tam- bién aquí carta anónima preguntando por Sor Leona, é incluyendo también 100 francos? En vista de que no es de V. $. yo había pensado escribir á la Superiora de Bayona enviándole la carta anónima porque nada extraño sería que aqui empezasen los cabos de ese ovillo. Tentado estuvo Orlando de decir una mentira y atribuirse él la carta para que la Superiora no cayese en semejante tentación. De- cirle no lo haga V., le parecía sospechoso. Cierto que la de esta Superiora la había escrito un memorialista, y la otra era letra for- zada de Raquel; pero la justicia corre como galgo tras la caza, y los jueces cuentan los pelos á un conejo. Algo comprometido se vió Orlando, y contestó: -—¿Y quién le ha dicho á V. que no era mía la carta? ¿se han de confesar todas las buenas obras, y se han de publicar de modo que un bienhechor no pueda jamás ocultarse tras una ambigúedad inocente y aún tras una contradicción inofensiva? —¡Oh! Verdad, verdad. Gracias, Sr. Coronel. —Y rueguen por mí, y encomiéndenme á Dios; que bien lo ne- cesito. ¿ Y asi diciendo, Orlando se quedaba muy convencido de que la Superiora retrocedía por educación y cortesía, pero que no se ha-
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