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a DA E e pa” A p AE. Novela histórica 185 sados, pero de todos los detalles de aquella feliz noche en que te liberté de ella, no olvido ni uno. Tú mismo has podido notarlo siempre que lo refiero. —Descansa, Raquel, en verdad que estás muy fatigada. ¿Quie- res quedarte sola? Orlando necesitaba estar solo para entregarse al llanto y quería salirse, pues había contenido demasiado su corazón escu- chando tanto y tanto. —No me importa la fatiga. Eres ya mío, y de ella no quedan ya ni cenizas en el sepulcro. Tráeme la urna; quiero ver otra yez y besar el puñal sagrado que me hizo tuya. Anda Orlando, parece que duermes. Pero ten cuidado con la mano. Traeme la urna tal como está, yo lo sacaré. Qué dolorida tengo la cabeza; me punzan las sienes. ¿Se ha levantado ya mamá? Pasa, no tengas cuidado; dí que yo te envío por la urna. ¿No haces caso? ¿no me contestas? Vámonos de América. Lle- gamos hace un mes y estás ya aburrido. Orlando estaba pensando si no convendría sangrarla, pues el sueño no había sosegado aquella cabeza volcánica, —Tengo la cabeza inaguantable—continuó Raquel.—Aún no sé si me he despertado. ¿Dónde estamos? ¡Qué aturdimiento! Si me Ñ preguntasen cuándo nos casamos no sabría decirlo. Figúrate. ¿Ten- go mal color? ¿No contestas nada? Así en efecto, Orlando contestaba solo con una respiración an- y helosa y con lágrimas, y veía que Raquel, de minuto en minuto, ¡ desfallecía, y se aproximaba á un total desvanecimiento. : —Estás muy débil, Raquel. Voy á pedir alimento para tí. l b p E P DN EASTER —Lo que me gustaría que hoy viniese más temprano Behring. Que me visitase á mi la primera. No tengo ganas de comer, y sien- to mal gusto en la boca. Orlando le tomó el pulso, y le notó bastante fiebre. Examinó su lengua y creyó que no debía darle de comer. P —¿Qué tienes más, hambre ó sed? —Nada. Pero bebería agua. Hizo servir un buen caldo, á la hora otro, y los dos tomó muy bien. -—Creo que no debes levantarte hoy, Raquel. Y más te digo, ; no puedes descansar bien así vestida. Por tanto, voy á ordenar te