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2. es E q di — IE IE dar AN bat iia ud Novela histórica 183 una Hermana. Que la enferma conocía de oídas á Sor Leona y es- peraba fuese designada esa, pues yo así se lo había prometido. La persona que oculta su nombre y se interesa por esa abando- nada anciana pagará todos los gastos —decia yo á la Superiora— y les visitará luego que pueda. | Yo misma tomé la carta, metí un billete de 100 francos, la cerré, hubiera querido certificarla, y la tiré al buzón, dirigida á la Supe- ! riora del Hospital. Estaba cierta que al siguiente día sería recibida la carta, y que por la noche vendría la papista. Tenía intención de molestarla y despedirla si no era Sor Leona. ; Me había enterado bien del horario de trenes. A las tres de la mañana pasaba uno, y conté con ese en mi plan. Pagué bien á un cochero para que sin falta me esperase en tal punto á las dos y media de la madrugada, ofreciéndole mayor propina. E Yo, á la noche, estaba ya preparada con mi disfraz y atisbando., Todos los transeuntes con sus pisadas me atraían á la ventana. Nunca era ella. Yo me desesperaba y ya empezaba á fraguar otro plan si ese me salía mal, pues estaba dispuesta á ir al Hospital á todo. Cuando sentí llamar á mi piso desde la calle, y que subían porque nadie contestaba, me metí en la cama. La moribunda era mi candileja que no daba luz un metro alrededor. Pero dejé la puerta de la alcoba abierta, y por ella entró. Yo conocí bien á la papista que puse en tu cabecera. Tuve un gozo tan grande que re- cuerdo acaricié el puñal. Me saludó. Yo no hacía sino suspirar y dar á entender que sólo necesitaba dormir. Viendo que yo no le contestaba á si había familia, ó si tenía fuego, ni á nada que pre- guntaba, creyó que estaba ante una sorda ó muda, y que su misión se reducía sólo á pasar allí la noche, y nada más. Como ningún trabajo le daba, se sentó y sacó un librito. De vez en cuando, acaso cansada de la luz, me dirigía una miraday volvía á leer. Una vez cerró el librito, se levantó y venía como á ver si yo necesitaba algo, ó ver si dormía. Ni la dejé acercarse. Con la mano le hacía señas que nada, que nada, que nada. Y volvió á leer. Ya eran las diez, las once. Yo noté con gusto que algunas veces daba á un lado y á otro con la cabeza. Pero se despejaba, restregaba los ojos y seguía leyendo. Si alguna vez me miraba, yo con la vista y la mano le indicaba que se acostase cn la otra cama. Continuaba leyendo. Sutfría yo + ENANA mo 2. TERA a

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