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ll 182 Equivocación... punto de casarse con ella; y la adivina le había dado á entender cual era el único medio de quitar impedimentos para su matrimo- nio, diciéndole todo en una sola palabra. ¡¡¡Sangre!!! Que vino á N... pensando que los dos vivían juntos, pero que se enteró antes enviando á la Superiora del hospital una limosna en carta cerrada sin firma y escrita por un memorialista, rogándole acuso de recibo y que le diese noticias de Sor Leona. La Superiora acusó recibo dando las gracias, y diciendo que Sor Leona y otras Hermanas habían vuelto ya al hospital de Ba- yona. En la noche del mismo día salí de aquí, aun enterándome de que tú no habías ido todavía. Llegué á Bayona echando y desechando planes. Todos me ofre- cían serias dificultades, pero yo estaba resuelta á todo. Por fin me pareció éste el mejor medio, y lo puse en práctica. Fuí á una po- sada pobre. Dudaba de usar el inglés ó el francés; en ningún caso el alemán. Estuve allí dos días, casi siempre fuera de casa, y á los dos dias me despedi como para marchar. Por donde quiera oía yo horrores y maldiciones contra nuestra patria, y tenía que callar. Ya encontré lo que buscaba; un pisito pobre, en una casa pequeña y mísera, acaso por serlo tanto, desalquilada. Era mi ensueño. En la casa vecina estaban encargados de tratar con los inquilinos y guardar la llave. Yo la alquilé para mí y para mi anciana madre enferma. ¿Qué dirían después? Amueblé de viejo mi pisito. Dos sillas de aneas desvencijadas, dos despreciables camas sin colchón, una mesita cualquiera y una candileja de aceite para que apenas disipase las tinieblas. Aquello daba idea de la más baja pobreza y movía compasión. Todo fué comprado en el barrio de los judíos, hasta el puñal de que me serví. La cabellera compré en una pelu- quería, y la delustré arrastrándola por el suelo. A comer y dor- mir me iba sin ganas á cualquier fonda, hoy á una, mañana á otra. Jamás dejaba de la mano mi valija, porque podía verme perdida. Tenía que escribir, y forcé la letra como pude. Recordando que 4 petición de tu papá vino una papista á cuidarme en la Capitanía, pensé que iban á domicilio, y decía yo á la Superiora que en tal calle y número, una pobre anciana, moribunda, necesitaba siquie- ra un par de noches, hasta cerrar en paz sus ojos, la asistencia de

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