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178 . Equivocación... O Así debe ser; por lo menos aquí, de toda la información se deduce que era una mujer anciana. Para la tarde ó mañana se aclarará la verdad y hasta el por qué del crimen. A mí nada me costaría creer que fuese un mendi- go, de los muchos que nos ha dejado Prusia en cambio de los mi- lNones que nos ha llevado. Y bajando la voz para que sólo le oyese su interlocutor, dijo: A a —O algún joven prusiano hereje de los que han quedado en nuestra patria para deshonrarnos en todo. Sison Atila, y peor, el sasco de su caballo. Orlando sufría de aquella voz que se apagaba privándole de las palabras. Pero no habló el caballero tan bajo que no lo oyesen per- fectamente los más próximos; y éstos, queriendo disimular y por lo que podía ser, unos tosieron y otros hicieron ruido en los platos con tenedor y cuchillo, trinchando la carne, pero todos, unos tras otros, al beber, miraban á Orlando con el rabillo del ojo. Sabían quién era. En esto conoció él, que en la inflexión de voz iba envuelta al- guna injuria para su nombre ó su patria. ¡Estaban tan recientes las vergonzosas derrotas! ¡Era tan fresca aún la herida! Nada ex- traño que sin tiempo á cicatrizar respirase manando sangre. Pero estaba en ascuas Orlando, y comía y bebía febricitante, para olvidarse él de sí mismo y sustraerse á la impresión. Fué después al billar, entró en una partida, y como viese á un jugador que para tomar el taco dejaba un momento su diario sobre la gran mesa, ól se acercó al borde como quien busca posición pa- ra jugar después, pero en realidad atraido por el periódico. No se atrevió ni á tocar el papel como quisiera hacerlo indiferente y sil- bando. Pero sí que pasó sobre él rápida la vista y leyó este epigra- fe en letras grandes: «Crimen sacrílego en Bayona». Era lo que el otro estaba leyendo. No tuvo tiempo ni serenidad para leer más, pero le bastaba pa- ra meditar. Sor Leona estaba ya de regreso en aquella ciudad, con dos más que habían venido para reforzar la Comunidad del hospital. ¡Cómo jugaría Orlando! Ni por carambola hacía carambola; e] que otros días jugando con la izquierda sobre el brazo derecho de- jaba admirar su pericia. Le vendía el pulso. Un caballero que se
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