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Novela histórica 175 —Raquel...—dijo Orlando con infinita consideración.—Ra- quel... no te conozco. ¿Qué ha pasado por tí? No eres la misma. Eras varonil, pero no agresiva. No parece que obres por impulso propio. No sé qué veo en ti. Raquel, en toda su actitud, en todo su continente, semejaba una persona que por grados y visiblemente estuviese perdiendo la razón. Llevaba diez y seisdiascomiendo tan sin sosiego, diremos mejor, llevaba diez y seis días tan sin comer, tan sin dormir y con agita- ciones, pensamientos, afectos, propósitos y remordimientos tales, que hacían de ella el movimiento continuo, y al mismo tiempo pa- recía un cadáver galvanizado. —¡Pobre Raquel! Necesitas descansar; y no quiero que en ese estado seas objeto de la observación de nadie. Ni siquiera de mi camarera que pudiera venir para servirte. Acuéstate en mi cama. Yo pediré otra pieza ó velaré aquí toda la noche. Lo que urgo es que descanses, ya que gracias á Dios estás aquí. Dime qué cal- mante suele darte Behring, ó si quieres té, caldo, tila para que descanses. ¡Si tuviese un poco de apio! Pero ¿quién pide ahora eso? —Comer. Necesito alimento. Animame á comer. Y sobre todo dame agua; me arde la frente, me abraso toda. Un sudor frío le hacía brillar el rostro y las manos. Orlando le dióen un gran vaso de agua fresca una copa de Burdeos. La bebió de-un sorbo y pidió más. Tenía los labios calen- turientos, y secos como si hubiese caminado mucho en verano por una carretera aspirando polvo. Orlando tocó el timbre y ordenó á su camarero traer pronto algún alimento ligero. Desde la misma puerta lo recibió sin per- mitir que entrase el sirviente. Raquel tomó una taza de caldo muy sustancioso, como si hubiese sido un tercer vaso de agua. Quiso probar un poco de salmón, no pudo; un poco de pollo, tampoco. Necesitaba alimento, pero no podía pasar, si no los líquidos. —Acuéstate ahora y descansa. Raquel, sin oponer más resistencia, se echó vestida sobre la cama. Orlando se había retirado y cuando volvió á ver si estaba bien la encontró echada asi, y por no molestarla la abrigó con una colcha de damasco.

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