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A AX 172 Equivocación... Ya Orlando temió alguna triste noticia de Raquel. ¿No le ha dado á V. papel ninguno, ni le ha dicho su nombre? —Le he preguntado cómo la anunciaré, y... está muy mal esa mujer. Sólo me ha contestado; «que salga pronto. Me muero». -Es bien extraño; pero dígale que iré. Al momento me tiene allí. Mientras Orlando se vestía, el camarero procuraba tranquili- zar á la pobre en el recibidor, pero no lo podía conseguir. A Orlando le costaba demasiado vestirse, y no por culpa suya, por falta de la mano derecha. La infeliz pidió una pluma, un lápiz, pronto. El camarero lle- vaba á mano un lápiz y se lo dió. Ella plantó el billete en la pa- 1ed sujetándolo con la izquierda y quiso escribir su nombre al ñorso. Imposible. Su derecha no le obedecía y temblaba toda ella. Aún pudo trazar malísimamente y abreviando, KR. B. —Decid al Coronel Orlando que quiero ser recibida cuanto an- tos donde él esté. Y entregó el billete al camarero impacientándose por la tar- danza. Jil camarero la tomó y tan pronto echó á andar, Raquel le siguió. -—Espérese, señora, y deténgase aquí, —le dijo con acritud. --No puedo, no puedo... Y levantaba la voz pensando que Orlando estaría cerca y la reconocería. El dependiente quiso darle un mal modo y se contuvo al ver la aflicción de la mendiga. No tuvo más remedio que dejar- su seguir; pero al llegar á la primera puerta de las dos habitacio- nos que tenía el militar, cerró, dejándola á la parte de fuera. Dió ella entonces un grito agudísimo y Orlando se alarmó. A cuatro pazos de la puerta estaba ya ól para salir, pero recibiendo el bi- llete de manes del camarero de modo que al retirarse le indicaba lo que al dorso había escrito, se detuvo, levantó el papel á- la luz, á la altura de sus ojos y...—la mendiga había abierto ya la puer- ta, y más bien que sentarse se arrojaba en el sofá extenuada, pá- lida, temblorosa.—Orlando miró extrañado á la atrevida, no la re- conoció fijándose en ella, miró de nuevo el billete, y con trabajo distinguió las iniciales, Raquel Bamberg. Aún la miró segunda vez sin dar un paso, restregándose los ojos, no dando crédito á lo que tenía delante, Raquel en persona.

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