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Novela histórica 169 una legión que quisiera llevársela por los aires dejando en la tie- rra á Orlando. No, no. Mi hija está con Orlando. Ella... Otra vez David y el General temieron en Martina los primeros síntomas de la locura. No comía ni dormía desde la desaparición. —Ella no sabe otro camino, ni sabría irá otra parte saliendo de Berlín. Será como el juicio. Estará oculta, tardará; pero ven- drá, vendrá con él. ¡Oh! de cuántos daños es causa el infernal papismo. El cajero entregó una carta cerrada de Orlando para Martina, pero sólo decía su angustia grande por él y por ellos. Que si allí se presentaba, inmediatamente lo comunicaría. Schorch dió otra para su papá, pero expresando lo mismo, con- cluía rogando á su papá fuese para un asunto de sumo interés, y que esperaba sólo su venida para tratarlo y regresar juntos á Berlín. —¿No has sacado aún la licencia para ir?—preguntaba Mar- tina enterada de las dos cartas. Orlando, papista, nos engaña ya á todos como á chinos. —Estoy ultimando los preparativos del viaje, Martina. Según me ha dicho Bismarck, creo que saldré de aquí dentro de quince días. —¿Le has dicho algo de Raquel? —¡Martina!... ¿No convenimos en callar? Tentado estuve, por si acaso... pero nada, ni una palabra le dije. —¿Habrá guardado el Duque el secreto? —Nadie más interesado. Creo que sí. —¿Han hablado algo los diarios? ¿Se dice algo? —Nada; nada se oye ni se lee. Parece que no ha trascendido de puertas afuera. —¡Cuánto me convendría, General, adelantases el viaje! —No lo juzgo conveniente. Tendría que imponer de la razón á Bismarck, y tal vez á S. M. R. Pero es por tí. De modo que si lo prefieres, yo estoy pronto. —No, á esa costa, no. No quiero que se sepa nada. Prefiero consumirme y esperar.
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