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168 Equivocación... —No necesito ya del doctor. Solamente me estoy deteniendo aquí porque espero de un momento á otro á mi papá. Pero en esta ocasión, si no estuviese Schorch, que sabe lo mis- mo que yo, iría yo mismo en vez de escribir, y así tendrían que creer. Juzgo necesario no perder tiempo. Schorch puede desenga- ñarles, y yo me quedo aquí por si Raquel ha sufrido algún extra- vío en esta dirección, y al fin viene. Pueden ustedes partir los dos. Schorch callaba deseando obedecer, pues estaba ya impaciente por volver á Berlín, y sólo esperaba con Orlando, más como com- pañero que como médico, la venida del General, pues Orlando se empeñaba en que viniese su papá antes de partir. El cajero, por el contrario, quería esperar indefinidamente has- ta ver si venía Raquel, pues le era fatal presentarse en Palacio peor que había salido. Y no hubo más remedio. Orlando se hizo sordo á todas las razones que alegaba, y su última palabra fué que saliesen aquella misma noche los dos para Berlín. —Si la encuentran en el camino—les dijo cuando tomaban el tren—en cualquier estación que sea, oblíguenla á volver, si es necesario hasta con la fuerza pública. No escuchen razón ni título. En último caso me nombran diciéndole que son instrucciones mías. Creo no resistirá. Sería la primera vez que no hace mi voluntad. A los nueve días de su salida de Berlín, regresaba el cajero abatidísimo, desesperanzado. No se había atrevido á poner parte en ninguna estación del tránsito, anunciando su regreso, para no matar la esperanza, único consuelo de la familia. Desde las pri- meras estaciones alemanas iba comprando toda clase de diarios. Ninguno hablaba nada. Cuando llegó á casa preguntó al portero si estaba la señorita. Subía después la imperial escalera como quien sube á un patíbulo. Cuando Schorch y él fueron anunciados en Palacio, Martina, Da- vid, el General, los tres salieron al encuentro, en vez de decir que entren. Todos los ojos se fijaron en los recién llegados para sor- prender cuanto antes una mirada, para leer una sonrisa, una muestra de alegría que calmase la ansiedad de todos. Nada. Raquel no se había presentado en N.... —¡Oh, no, no! La tierra no se ha tragado á mi hija, ni la ha arrebatado el cielo. Contra un Angel se defendería ella, y contra

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