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Novela histórica 167 Si se han registrado todas las dependencias de Palacio. —¿Han mirado dentro de los coches? O en alguna otra casa. De todos modos no ha llegado aquí y no conviene dormirse. —Según eso, V. señorito, supone que á estas horas acaso la señorita está ya muy tranquila en Palacio. —No lo puedo suponer; pues desde el momento en que á V. le envían con tan horrible nueva para mí, se hubieran apresurado á darme la buena noticia aún antes que V. llegase á darme la mala. Creo debemos avisarles luego. —Yo los dejaría en su paz y confianza. Ellos están convencidí- simos de que está aquí, y sería horroroso el desengaño. Siempre hay tiempo para eso; máxime que yo creo que la señorita ha de venir aquí. —Seamos claros, cajero. V. no cree que la señorita ha de venir aquí. Eso es un cortés modo de hablarme. V. cree que la señorita ha llegado ya aquí y que yo la oculto. ¿No es eso? El cajero, á vuelta de mil palabras de rodeo, confesó que en la familia creían todos que estaba allí. —Pues ahora mismo se vuelve V. á Berlín y les certifica bajo mi palabra de honor, que no solamente no ha venido aquí, sino que yo nada sé de su desaparición. —Por piedad, señorito, no me dé esa comisión. Yo creo ya cuanto me dice $. $., sin que sea necesario apele para mí á su ho- nor. Pero me temo que me han de tomar por iluso, y desde el mo- mento que me presente diciendo que me envía para certificarles que no está aquí, han de creer que aquí está, y que SS. SS. han tenido hasta impaciencia por despacharme. —¡0Uh! pues si no basta mi palabra, yo ante todo quiero ser creído, Orlando avisó á su camarero, y le ordenó llamase á Schorch. —¿Qué se ofrece, señoría? —Doctor, esta misma noche sale V. para Berlín acompañando al cajero. No lleva V. más encargo que contestar á lo que se le pregunte. —¡0h, señorito! No me ponga en ese caso; se lo ruego por consi- deración á su papá, á mis señores, que han de disgustarse contra mí. Bastará que $. S. me dé dos letras, sin que sea necesario pri- varse del doctor.