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Novela histórica 1683 —Retirenla, retírenla... A instancias de David, el General y el Duque quisieron retirar de allí 4 Martina, pero no era posible. Ella se lanzaba con ayes desgarradores y con las manos abiertas á los vestidos de su hija, como si fuesen restos de un hijo destrozado por una fiera. Toda la servidumbre oía los lamentos y unos tras otros fueron acercándose y trasmitiéndose de boca en boca en boca esta fatídi- ca palabra ¡¡¡Ahogada!!!... ¡¡¡Ahogada la señorita!!! «Martina tuvo de súbito una reacción tan grande, que por un momento la creyeron todos repentinamente loca. — General—le dijo á Hereford como fuera de sí—ha muerto Orlando. —¿Orlando?...—repitió el General con una ansiedad horrible. —Sí; y me lo ocultabas. —Martina... Dime lo que sepas. Yo no sé nada. —¿No sabes si ha muerto Orlando? ¿No ha muerto Orlando? —Que yo sepa no. Y una desgracia repentina, Schorch no la co- municaría á Raquel, sino á mi 6 4 tí. Todavía Martina respiró como ahogándose, y dando mayores muestras de enagenación mental, y haciendo creer más en su locu- ra, dijo con una extraña sonrisa: —¡Ah! no. No está ahí Raquel. ¿Vive Orlando? Pues mi hija no está ahí. Antes la creería yo capaz de otro crimen más horrible que el suicidio; antes la creería yo papista como él. Pero matarse viviendo aun Orlando? No puede ser... no puede ser...—Y repetía y prolongaba la palabra cambiando otra vez la serenidad por los sollozos y lágrimas. El General, bien convencido de que en el fondo del pozo estaba la desgraciada joven, —recuerda—decía á Martina—que al saber el casamiento de Orlando, como fin á sus penas me pidió veneno. —Pero tú no se lo diste. —Pero ella ha podido comprarlo. En el rostro de un lacayo se cambiaron mil colores. —Para echarse al pozo no necesitaba veneno. Pero pudo tomarlo en el acto de echarse, para así morir cuanto antes, evitándose... Imposible á la excitación de Martina la calma para disputar ni escuchar razones.

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