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ibid ciel cc it RA PERÚ RC poi 162 Equivocación... mente de sus pesquisas, pero agitado de horrible presentimiento, se entró en Palacio. Martina estaba ya en el comedor llorando, lamentándose ante el Duque de lo que sucedía, y de que ni una carta, ni un pedazo de papel, nada, nada indicaba el paradero de su hija. Cuando Hereford se presentó abatidisimo diciendo que no la encontraba, David tomó una resolución. Reunió todo el servicio numerosísimo de Palacio, é imponiéndoles rigurosisimo silencio, tanto si se encontraba como si nó, se lanzaron todos juntamente con la familia y el Duque en distintas direcciones del grandioso bosque hasta llegar al otro extremo y no dejar palmo sin pisar Al General, que había pensado ya en el veneno, no se le ocu- rrió otro suicidio; por eso él no fué en dirección del pozo, ancho y hondo, que oculto en un rincón del bosque surtía á las fuentes del parque y del jardín. Por eso ahora en esta segunda investigación, tomó otro rumbo por no seguir el mismo camino que autes recorie- ra, pero no como quien busca, sino andando poco á poco, seguido de David y el Duque, y acompañando á Martina que llorosa no veía ni dónde pisaba. David, que con la vista seguía las direcciones del jardinero, del guardabosque y de todos los sirvientes que alcanzaba á distin- guir, vió que uno se detuvo junto al pozo, que se acercó aun más, que se inclinó á tierra y tocó algo, y que después irguiéndose 5so- bre el brocal del pozo, miró al agua sin moverse de allí, viendo que ya llegaban sus señores. David había comprendido todo y quiso retroceder asustado. También el sirviente había agitado á un lado y otro su cabeza como sacudida de horrible pensamiento; hasta quiso retirarse de allí, pero era tarde. Estos últimos movimientos los había notado ya también el General. Martina se apercibió de un estremecimiento de Hereford, y fué necesario seguir todos más aprisa en dirección al pozo. Allí estaba el sirviente apuradísimo queriendo ocultar con su persona á los ojos de la señora, todo el vestido abandonado por Raquel. Precisamente el mismo que llevaba en la cena la noche anterior. Se comprende mejor que se explica la terrible impresión de Martina, cuando ladeando la cabeza se empeñó en ver lo que el sirviente se empeñaba en ocultar.

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