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Novela histórica 161 —Pero ¿qué pasa, Martina? —Nuestra hija, General. —¿Dónde está? —Nadie lo sabe. Y el llanto y la emoción le embargaban la voz. El General re- cordó también lo del veneno como único remedio; pero ¿dónde es- taba, aunque fuese envenenada? —No basta que nadie lo sepa. Es necesario buscarla desde engima del tejado hasta debajo de los cimientos. ¿Han mirado en el jardín, en el parque, en el bosque? —Todo se ha mirado, señor—le contestó Judit. —¿Pero quién ha mirado? ¿quién ha penetrado por todo el bos- que? —¿Y qué iba á buscar allí Raquel, General?—Le opuso Marti- na sollozando, —¿ Y dónde está, y cómo no está aqui? Registremos todo; jar- dín, parque, bosque y aún debajo de cada árbol, y hasta detrás de cada arbusto? ¿Se habrá acaso evaporado como el humo de un cigarro? Esto es curioso. Martina no tenía confianza ninguna de que apareciese en tan enmarañados sitios; pero no le quedaba más remedio que dejar hacer. El General pensó también si acaso estaría oculta en la espesu- ra del bosque por no haber querido presentarse al Duque. Movido por esta idea expresó deseo de internarse él solo por el parque ó por el bosque, casi cierto de encontrar entre arbusto y arbusto el hermoso rostro de Raquel muy angustiado, sin decir palabra, pero quedando ya todo explicado con la tristeza. Con esa ilusión se internó bastante, llamándola ya suave, ya fuerte, habiendo encargado antes que entre tanto abriesen y cerra- sen todas las habitaciones y dependencias de Palacio, por impro- pias é insignificantes que fuesen. ¿Raquel?... ¡¡Raquel!!...—Llamaba el General. Solamente el bosque le parecía como que contestaba con el eco repitiendo su voz. Se volvió cansado, rendido y descorazonado. Ni en el parque ni en el bosque se encontraba indicio de la joven. En el jardín era inútil dar un paso, pues era todo flores y se abarcaba de cualquiera parte con una sola mirada. No satisfecho ee ed

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