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noni eri rin dt AAA AA IA 160 Equivocación... decirlo exponiéndose á las iras de la señora muy justas por enton- ces? Al oir los pasos de la señora reconoció muy bien que no era la señorita, sino la señora buscándola, y le salió al encuentro llo- rando, —¿Dónde está la señorita? —No la he visto, señoria.—Rebeca necesitó apoyarse á la pa- red para llorar sin consuelo, pues hacía ya dos horas presentía una terrible desgracia. Pero ¿es que tampoco ha dormido aqui? —En todo el departamento no hay señal ninguna de que haya estado. —¿Pues dónde ha dormido? —No lo sé, señoría. Anoche cuando se retiró del comedor fui- mos á desnudarla Judit y servidora de V. $. y nos despidió dicien- do que no necesitaba nuestros servicios. Nada nos extrañó porque eso solía hacerlo cuando quería leer antes de acostarse, ó escribir alguna carta. Martina se volvió por el mismo camino hasta encontrar á Judit. —Avise V. inmediatamente al camarero Wiber que entre al comedor, llame á su señor y le diga que yo le espero aquí. David se presentó con sobrealiento. Estupefacto quedó al ver el demudado semblante de su esposa. David... ¿dónde está nuestra hija? Algo terrible ha sucedido aquí. —No lo sé. A Martina empezaban ya á faltarle palabras y sobrarle lá- grimas. —Raquel no ha dormido esta noche en casa. —¿Cómo? No puede ser. Pero ¿qué dice el servicio? ¿Han mi- rado bien? David preguntó por los lacayos, preguntó al portero. Raquel no había salido ni en coche, ni andando. Interrogado por Martina el cochero con quien había salido dos veces sola, éste con- fesó que la señorita, efectivamente, había entrado las dos veces sola, en dos casas de calles distintas. —¿En farmacia?—no lo sé. —David, llámame al General; pero nada digas al Duque. Acom- páñale tú en el comedor. Hereford se presentó aún más extrañado, si bien nada sabía por qué se le llamaba. Martina ya nada preguntaba. Lloraba y nada más.

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