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a rro a aa AAA UA A ATA AR A rn 158 Equivocación... El General y el Duque conversaban llenos de animación, re- cordando el primero, instado por el segundo, los detalles sobre la toma de la Ciudad de N... El Duque se entusiasmaba. De vez en cuando miraba al reloj de la pared con el rabillo del ojo, pero no mostraba extrañeza ni im- paciencia, sino que expresaba vehementes deseos de ir á Francia, ver esa ciudad y ante todo y sobre todo quisiera él ver á Orlando para darle un abrazo de felicitación por su heroismo. Mas ya que por el momento no tenía personalmente esa ocasión, quería en- viarle dos letras expresándole su profunda admiración. El General le dió la dirección de su hijo. Martina, paciente hasta el heroismo, pues llevaba ya diez minu- tos esperando, dijo que todo tiene su límite, y ya casi irritada se levantó y salió del comedor haciendo á la oreja pabellón con la mano, Pero nada. No se oía nada. Allí á lo lejos, en el mismo tránsito estaba Judit, una hebrea, la mayor de las doncellas de Raquel y estaba plantada, derecha, vuelta á la pared, como una estatua al revés, con la mano izquierda en la cintura, sosteniendo con la de- recha la frente y apoyando el codo en una puerta. —;¡Toma! pues es ella; ¡es Judit! Martina al verla allí, sola y en esa actitud, fué hacia ella alar- madísima, pero sin demostrarlo. Sin querer había recordado el avi- so del General: «cuida á Raquel, que me ha pedido veneno». —¿Qué tiene V. Judit? Ya cerca de la doncella, Martina tembló y quedó atónita al ver el cadavérico semblante de Judit. —Señora—le contestó con gran dificultad—espero de $. 5. el favor de venir. La necesito. Martina, sin decir á los caballeros una palabra siguió á Ju- dit interrogándola ¿pero qué es esto? ¿qué ocurre, qué pasa? —Por piedad, señora, suba. La señorita no está en su aposento; yo no la encuentro, no la encuentra nadie. Martina sintió que se le caía de los hombros una carga inmensa. ¿Y era todo aquello? Si la doncella no hubiera mostrado tan aflietivo rostro, hubiera ella reido, algo también como de sí misma, pues tan pronto se había dejado invadir de un triste presentimiento. La señorita, probablemente está en mi guarda joyas. Bús-

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