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Novela histórica E estoy por si me necesita. Y se pusieron en marcha. Ya Hereford esperaba impaciente en la escalera, y al oir rodar el coche bajó al encuentro de los viajeros. —Martina..... Raquel..... —Hereford..... Hereford..... Y se abrazaron los tres. Raquel no tuvo palabra; no tuvo más que lágrimas copiosísimas y ardientes. El General la besaba en la frente lleno de ternura diciéndole ¡hija mía!..... nuestra aflicción es muy grande. Raquel entonces empezó á gemir y llorar sin consuelo. Martina temió su- cediera lo de siempre, y se apresuró 4 retirar á su hija. El General entretanto escribía dos letras y las enviaba (4 la Superiora del Hospital. —¿Pero qué hay, Hereford?—preguntaba la señora después de acostar á Raquel.—Si nada sé, Martina. Acabo de llesar del hos- pital y cada minuto, cada segundo, espero más impaciente una fausta ó infausta noticia. Os he llamado para consolarnos mutua- mente llorando todos juntos. ¿No ha venido tu marido? —Sí, con tu ayudante lo envié al hospital. Nos acompañó el otro. ¿Dijiste algo 4 mi cuñado? Imposible. Sigue cada dia peor. He avisado, sí, 4 toda la servidumbre de palacio, que se guarden bien de: decir una pala- bra de cuanto oigan ó lean. Gracias, Martina: —Pero puedes: comprender, que una de tantas visitas... una imprudencia..... nos puede preparar allí otro conflicto; y no de- bemos detenernos aquí más de seis días. Le hemos dicho al pobre Klopstoch que habías conseguido una grán victoria para Prusia, y que tú mos llamabas porque no tendrás gozo completo si no ve- níamos todos á participar de tu triunfo. ¡Ya tú ves.... si hubiera- mos podido salir de casa diciéndole la verdadera desgracia. Y dime ¿cómo ha sido eso? Un asistente interrumpió la relación detallada que el General hacía á la dama de todo lo sucedido y que ya saben nuestros lec- tores. —Una señora que espera en la antesala trae esta tarjeta. —Con tu permiso, Martina. Hereford tomó la. carta y se en- teró de ella.

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