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Novela histórica 158 gunda parte que en la verdadera confesión, mandada por Dios, está prohibida. Allí salió Orlando, el General, su mamá; y su mismo papá no quedó muy bien parado. La adivina le exigió una detalladísi- ma historia de cuanto supiese, supusiese y sospechase con refe- rencia á ella, á Orlando y su matrimonio; de cuanto había suce- dido hasta el presente, de lo que pretendía, de quien lo estorbaba, etc., etc., quedando, por supuesto, bien planchada la toca de la papista. Y cuando la embustera de oficio formó su ovillo de todos aquellos cabos, miró á Raquel de hito en hito con magnética mi- rada, oprimió disimuladamente, Cón el talón ó con el dedo del pie á conveniencia, un botón en el pavimento, en el acto se encendió un potente reflector que á través de un vidrio encarnado arrojaba sobre ella un torrente de luz envolviéndola como en llamas de fuego con sus oscilaciones, su vestido blanco apareció de repente rojo encendido, y levantando su mano al cielo en ademán de ven- ganza, pronunció una palabra que aturdió un momento á Raquel haciéndola estremecer. ¡¡¡SANGRE!!! No vió más á la maga. Miró al techo y no estaba. Casi todas las luces se habían extinguido, la puerta de entrada se le abrió y como ya había pagado la función teatral y efecto mágico, se salió por ella 4 buscar su coche. Al pasar por el recibidor verde le dijo la joven amabilísima: —Haced sin falta cuanto os haya dicho mi divina señínra, y no temáis volver si aún os hace falta algún detalle. Raquel pagó bien la impresión sorprendente, la alucinación momentánea, como la pagan tantos y tantos que dominados por una pasión de amor, de celos, de ira, de venganza, no descansan hasta dar con los medios de verla satisfecha. Y como saben muy bien que Dios no es patrocinador de cosas malas, buscan á su con- trario, al diablo, porque el caso es llegar al fin por cualquier medio. Personas que creen muy poco en Dios y sus cosas, y guardan toda su fe para el diablo. Huyen de las ministros de Dios, acaso encontrándolos se pasan á la otra acera y aun se agarran á una reja, y se entregan en cuerpo y alma, á ciegas, á esas embauca- doras de oficio, explotadoras de pasiones, irreligión é ignorancias. Hacen su agosto admirablemente los tales charlatanes, que to- mando impiamente en palabras y rótulos el nombre de Dios, como

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