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ar CET AR 150 Equivocación... su paso se abrió una mámpara dejándole ver un recibidor elegantí- simo y muy raro. Todo él estaba forrado de verde raso, pero luego A aparecía con grandes dibujos de serpientes persiguiendo á otros reptiles mas asquerosos, formando círculos y ensortijados extraños, á veces pareciendo reales en sus movimientos, merced á la combi- nación y oscilación de luces. Una joven amabilísima que ocupaba una butaca, dejó de dirigir la palabra melosa á un mirlo suelto con quien mataba sus ocios esperando parroquia; se levantó muy obsequiosa, y después de indicar á Raquel estas palabras: «La esperanza todo lo alcanza», ll escritas con letras de oro en el frontis de una puerta, le abrió para ll que pasase, no sin cobrarle antes 500 marcos, y decirle confiase en ru APO UE RA Ed 7 presa ! su divina señora. Raquel atravesó un corredor bastante largo, lleno á uno y otro lado de plantas y flores, rarísimas para ella, de la India y Ca- y lifornia. Durante la travesía percibió como á lo lejos una suavísima vibración de timbre, y que después de vibrar daba un golpecito seco. Raquel, se había fijado, no sólo en el letrero que le indicaban, sino que además de la mámpara, había en el recibidor tres puer- !l tas, y tres inscripciones distintas, dórada, plateada y bronceada, correspondientes á cada puerta; también en la numeración respec- tiva de 1.* 2.” y 3.* clase. Lo que le hizo comprender muy bien 4 Sl pe : A iii ii aci e | era para la distinción de las personas, y que el golpecito del tim- i bre, además de la llamada general, avisaba á la adivina dónde y E | cómo debía presentarse. i La sala donde Raquel se encontró al terminar el corredor de macetas, era bellísima, y la luz artificial le daba un aspecto des - lumbrador. Su forma era ochavada. Al entrar, había leido en la puerta misma: «Para Dios no hay imposible»; y ya dentro se leía: «Dios todo lo puede». Raquel no fué recibida ni saludada. Una música dulcisima co- mo de liras y,arpas, pulsadas por querubines, llegó á sus oídos re- creando su espíritu. Miró á todas partes, y en vez de música, con gran pasmo suyo vió en las cuatro octavas á cuatro odaliscas, á cuatro jóvenes ele- gantisimas vestidas de blanco y coronadas de laurel. Pestañeaban, RS aii

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