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Novela histórica 149 sólo le dió esta resolución que fué para ella como espada de dos filos: «Pensad lo peor» ¡Pensar lo peor! ¿Pero qué podía pensar Ra- quel? ¿que Orlando era realmente hijo de su mamá ó ella hija del General, por tanto verdadero hermano suyo? ¿ó le adivinaba que aun sin mediar ese parentesco nunca se casarian? Indecible tortura había sido para ella hasta aquel instante esa resolución, que para la adivina era nada, una ambigiiedad que nada decía, que sólo sacaba á la charlatana del apuro del momento, como ha- cen todas, agarrándose en la conversación á una palabra como náufrago á una tabla, y que si algo decía en resumidas cuentas eran dos mentiras. Bien veía Raquel que iba á renovar y agravar su daño, pero... ¿Por qué vuelve el jugador al juego en que se arruina? ¿Por qué el ebrio se deja arrastrar por la bebida hasta un estado inferior á los brutos, y el dominado por erótica pasión que le envejece en la pri- mavera de la vida busca mil veces el peligro que le empobrece, que le ciega, que le enloquece, que le deshonra y le mata? Raquel sentía la necesidad de impresiones fuertes para su cora- zón respecto de Orlando, y de ahí el que se fijase con menos razón si los efectos eran ó nó convenientes, agradables ó desagradables. En su lugar, de 100, las 99 engañadas, fascinadas, alucinadas, faltas de temor de Dios, hacen lo mismo. Que se ha desviado de mí, que quien se atraviesa en mi camino, que si ha de volver á mi y sera mio, que me ofrecen el remedio para atraerlo... Todas estas pasiones, que juegan con el corazón de la juventud como juegan los huracanes con la débil arista del camino y las olas embravecidas con la barquilla, todas estas pasiones son el juego que explotan hábilmente las y los charlatanes de oficio que á sí mismos se anuncian adivinos y adivinas. Tienen, por degra- cia, amplísimo y abonado campo. Infinito es el número de los tontos. Carencia de virtud, abun- dancia de pecado. Poca y falseada la fe en Dios, infaliblemente mucho crédito y confianza en el demonio, y en quien se aparta de Dios y representa al diablo. Raquel ordenó al cochero ir al paseo del medio día, pasando por las calles de su preferencia, pero no llegó al paseo. Cuando bien le pareció saltó del coche, se hizo esperar, volvió atrás y entró en casa de la adivina. Apenas puso el pie en el vestíbulo, á

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