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148 Equivocación... sión..... cuando por añadidura, ni la sexta, la confesión, es cosa necesaria. ¿Y es todo ese párrafo de barbaridades, despotismos y herejías lo que ha creído y abrazado Orlando, con aquella su inteligencia clarísima premiada en todos sus estudios? Dudo, dudo que el trato de las papistas le haya dejado en sano juicio. ¡Ah! yo pensaba que era más fácil decirle: toma ese librito de los tuyos. Lo creo, y nos hace iguales á los dos. Pero... imposible. Me convenzo de que Orlando está loco ó en vías de serlo. ¡Y le quiero tanto! No puedo; no puedo á pesar de su locura dejar de amarlo. Si yo soy cuerpo, el es mi alma; y si yo soy alma y cuerpo, el es la idea de mi pensamiento y el aire que aspira todo mi ser. ¡Si pudiese olvidarle, aborrecerle! Así, con toda esa rabia y despecho, después de haber dado contra orden al cochero para regresar cuanto antes, entró Raquel en Palacio dispuesta á poner en práctica otro plan que también ER había acariciado si le salía mal el de la lectura. De sobremesa tomó un diario cualquiera de los que leía por la j 1 E AS mañana su papá. Cayó en sus manos el «Berlín Israelita». Haciéndose la desentendida, como quien ve indiferente y con dez RA mirada vaga, un vasto campo sin fijarse en flor ni planta, pasó sus ojos por artículos de fondo y por figuras. Luego, como si nada la importase y afectando mayor indiferencia, buscó la sección de e id ió A A ARI noticias. Aquí hasta con semblante despreciativo por las mil cosas tontas para ella, que se anunciaban, estaba fijándose muy bien en el siguiente reclamo: «Lady Sara. Después de haber obtenido grandes resultados satisfactorios por medio de la adivinación, ó de las cartas y líneas de la mano, en Londres, París, Roma y Viena, se ofrece hoy en Berlín á todas las personas que deseen saber el AULA presente, pasado y porvenir. Como asi mismo, hace trabajos por medio del espiritismo, y se da talismán para la suerte en loterías. Especialista singularmente en componer matrimonios separa- dos ó mal avenidos, y realiza matrimonios al parecer imposibles». Aún seguía el anuncio, pero Raquel no necesitaba saber más. Se fijó en la dirección, y aprovechó la primera salida sola. Ella recordaba bien el daño grande que le había hecho la adi- vina espiritista en Buenos Aires, cuando después de muchas pre- guntas y mucho enterarse de la vida y circunstancias de familia y

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