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A PR inicia 146 Equivocación... do Norfolk, y que bordase de oro en el mismo vestido, las armas y corona que llevaban de membrete las cartas del Duque. Ella entre tanto elegía de su abundante y rica joyería adere- zos de incalculable valor, para presentar á Raquel en todos con- ceptos radiante de hermosura el día en que ofreciese al Duque el banquete familiar de recepción. Aquellas alhajas podían servir y hacer honor á una Empera- triz, y muy justamente habían llamado la atención en Palacio cuando Martina se presentaba con ellas en días de gala. Los diamantes eran de primeras aguas, los rubíes despedían ráfagas rojas que en unión con las luces de los brillantes, presen- taban extraños golpes de vista. Las perlas orientales, las esme- raldas, topacios y turquesas, eran piedras dignas de figurar en la corona de Persia. Ultimamente abrió un estuche de oro, y sorprendiéndose por centésima vez ante tanta riqueza, sacó de él un cinturón de magní- ficos solitarios de primera magnitud, aderezo que había pertene- cido á un príncipe de las Indias, y que por un préstamo considera- ble que no pudo pagarse, vino á parar finalmente á manos del Banquero Bamberg. Martina estaba muy complaciente con su hija. Una tarde Raquel mostró vehementes deseos de levantarse, y en vez de aconsejarla más días de cama, como hubiera hecho otras veces, le animó á dejar el lecho. Indicó después Raquel su deseo de salir en coche por las afueras de la ciudad para distraerse, y ella misma le acompañó con el General. Instó otro día para salir en coche cerrado, pero sola, para pen- sar más á sus anchas, y después de alguna resistencia por parte de Martina, también lo consiguió. Entonces hizo detener el coche á la vuelta de una esquina. Había leido á la mitad poco más de la calle pasada: «Librería católica» y era precisamente lo que bus- caba é ignoraba donde había. Retrocedió andando sin ser notada por el lacayo á donde iba y entró en la librería, Sucursal de Fri- burgo, Brisgavia, Herder Hermanos, Editor Pontificio... Sin más saludo, y como quien tiene prisa para empezar” y con- cluir un erimen que urge, preguntó al librero, si tenía un librito propio para un niño católico que iba á empezar á leer y aprender su doctrina.
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