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Novela histórica 145 —Sí; y quisiera fuese también la última vez que hablemos de ello. Raquel cerró sus labios con intención de no contestar, ni pre- guntar, ni hablar ya palabra hasta levantarse de la cama. No obstante, antes de despedir á su mamá, le dijo: —Así, pues, ¿por fuerza tengo que aceptar á mi desconocido Duque Norfolk? —No, hija mía. Ese es uno de tantos partidos como tendrás para elegir, uno de los muchos que se te han presentado. Pero la verdad, que el Duque, como sabes, es el único preten- diente á quien aún no se le ha dicho redondamente que no. —Bien. —¿Qué bien? ¿quieres que le diga que sí? —No. Yo no quiero á nadie. Tú le dirás lo que quieras. -Pero hija mía, si tu papá y yo también le tenemos ya com- prometido, y es para la tranquilidad de todos tu pronto matri- monio. —¿Con quién? —Con el Duque. Pero si tienes otro con ese otro. —¿Y tanto urge que yo me case? —¡Ah! sí, hija mía. Tu papá tiene la vida en un hilo, está agi- tadísimo, no descansa desde cierta fecha triste para el general, no tiene reposo y hasta me ha manifestado que ni su vida ni sus inte- reses los tiene seguros mientras estés asi; y hasta ha recibido al- gún aviso de «Cuidado de ceder», de modo que hasta verte casada con otro no descansa. —Pero si ya Orlando está casado, ¿qué cuidados son esos? —Pero mañana podía hacerse otra vez posible tu boda, desen- gañándose él de la papista y empeñándose en casarse contigo, Y esto es lo que á todo trance debemos evitar. De modo que libre.... de la papista, aun podría casarse con- migo... Basta. —Dijo Raquel volviéndose á la pared después de ha- berse iluminado su frente con la luz de siniestros relámpagos. Martina creía haber ganado mucho terreno y así lo comunicó á David, diciéndole también, que pensaba escribir un billete al Du- que Nórfolk dándole esperanza para pronto, pues Raquel no ten- dría más remedio que ser razonable ante las circunstancias. Al siguiente día encargó á la modista y con toda urgencia un vestido para su hija, color azul turquí, que era el fondo del escu- 10

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