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3 A AR A Ñ 1 A mes A =$ nit TA e 144 Equivocación... ver á cerrarlos para seguir el curso de la conversación, que empe- zaba á serle interesante, pero era ya tarde, Martina se había apercibido de que su hija, despierta, estaba en todas sus potencias y sentidos. —Hija mía ¿estás bien? A esta ni á treinta preguntas más no plugo á Raquel contestar. Conque no había contestado á Behring que era inocente, ¿y contestaría á su mamá que tenía la culpa de todo? Con los ojos cerrados y más cerrada la boca, dejó á sus padres hacer cuantos comentarios quisieron respecto á su terquedad, hasta que se retiraron ya cansados. Tentada estuvo al verlos partir, de proponer á su papá otro viaje á Buenos Aires, al mismo hotel don- de se le ofreció hablar con la adivina espiritista; pero pensó que para su intento encontraría también en Berlín lo que deseaba, y que lo urgente era alimentarse, nutrirse bien, y levantarse pronto para trabajar desarrollando sus planes. No en vano había estado callando. Por la noche, Martina, antes de acostarse, eutró á saludar á su hija. Esta sin contestar al saludo preguntó á su mamá: —¿Decías aquello para consolarme? ¿Qué? ¿qué hija mía? — Que te sería fácil hablando áS. R. M. romper la unión de Orlando con la papista, tanto si es nulo como si es válido el ma- trimonio. —S$i; hija mia. Pero no lo decía por consolarte; sino con pena de que aún separándolos, tú no podrías ya casarte con Orlando. —Pero ¿por qué? Ya él en conciencia podría casarse conmigo. Pues ¿qué dificultad habría para que yo pudiese casarme con él? —Es que ahora yo en conciencia no debo dejarte casar con él. Además ¿nada te explicó tu papá? —No, nada. —Si; te lo explicó ya suficientemente, y yo también. Y si qui- sieras entenderlo, no necesitabas saber más. Pero como es necesa- rio concluir de una vez, te digo, que antes se juntarán el cielo con la tierra; pues con todo el dolor de nuestro co razón y por varias causas, no podemos consentir ni tu papá, ni el General ni yo. —¿Y es esa la última palabra respecto de Orlando?