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140 Equivocación... —Estoy dispuesta á la vida de martirio, á la muerte y 4 matar antes que renunciar á Orlando. —¿Orlando?.. está ya casado, hija mía, está ya casado con la papista que tú le pusiste de asistente. Este anuncio, lejos de producir el efecto que Martina esperaba infaliblemente, y para el cual estaba prevenida, y prevenido tam- bién en casa el Dr. Behring, Raquel sonrió, y hasta dió una verda- dera carcajada ante lo que ella creía imposible. Irritada Martina por aquella risa de incredulidad, sacó y puso ante los ojos de su hija la letra y firma de Orlando, arrojándole luego el papel al suelo, y retirándose inmediatamente. Raquel lo recogió, lo examinó muy bien, le pareció al pronto letra forzada y fingida, no recordando que Orlando escribía con la izquierda, con- frontó con algunas cartas que había ya recibido así escritas y no le quedó la menor duda de que letra y firma eran de ( Jrlando. Allí no había falsificación. Orlando firmaba que en conciencia no po- día casarse con ella. Pero ¿era porque estaba convencida de que era su hermana ó porque realmente estaba casado? Allí no lo decía, y probablemente su mamá quería aprovechar la ambigiedad en su favor. Guardó el papel y se fué en busca de su papá—papá, —le pre- guntó sin más preámbulos—¿está casado Orlando? —St; y demos gracias al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob que en su gran Providencia sobre los suyos apartó con eso una eran desgracia de nuestros intereses y familia. Y David continuó escribiendo los números que había interrum- pido. Raquel podía ya dar la conversación con su papá por termi- nada, pues si éste por un momento había prestado atención, había vuelto ya, sin más, á sus cuentas. En esa contestación y en ese tono comprendió también Raquel quería decirle, que antes vería la muerte de su padre y la suya propia que su matrimonio con Orlando, aunque no estuviese ya casado. Aquello iba ya de veras. Livida, cadavérica, temblando como si toda la sangre de sus venas se hubiera convertido en azoe, salió en busca del General. Le encontró con sus ayudantes en el despacho, y le hizo salir solo, llevándoselo á sus habitaciones, con seña de que le siguiese, sin hablarle palabra.
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