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mm - ES 136 Equivocación... | | Alemania, Inglaterra y todo el mundo sería impío y perverso, ca- yendo luego en las garras infernales del papismo, del antecristo de Roma. —Debo decirte también, Martina—añadió Bamberg—que ya ' Raquel no puede casarse con Orlando. Me va en ello la vida; y | después, ¡quién sabe! tal vez á tí también los intereses. | —¡Ca! ¡hijo! si Orlando, para su inmediato castigo, está ya ca- sado con una papista chata, negra, á quien he jurado que jamás en mi vida pondrá los pies en esta casa. Y aconsejaré también al General que para evitarse el más grande de los ridiculos quede á ¿ í 4 Pear Na A A AER vivir con nosotros, y les deje á ellos que vivan donde quieran. En cuanto á Raquel... pierde cuidado. Es exclusiva incumben- cia mía, y tú conoces ya mi candidato. —¿Yo?—Bamberg abrió los ojos como si quisiera de una mirada poner delante de su vista todo el firmamento de estrellas de primera 4 magnitud, millonarios, archimillonarios, marqueses, duques, todos de los jóvenes que habiéndose dirigido ó nó á Raquel, él conocía; y TN de toda aquella constelación de aceptables por su brillo, no distin- guía cuál podía ser el sol. e Í Martina le refrescó la memoria sobre un joven que se le había Y P A É presentado en Londres á la salida del teatro la noche que se dió la función de gala en el Real por el cumpleaños de Su graciosa Ma- É: jestad la Reina Victoria. —Si, si, —decía Bamberg—lo recuerdo ahora muy bien. El Du- hi 3 que Norfolk. ! —El mismo. Un joven religiosísimo, luterano como yo, y bueno á carta cabal. Incapaz de dar un disgusto á sus padres. e Refirió á su esposo la carta recibida en N... la contestación, y th la primera entrevista que había tenido ya con él al día siguiente de su llegada, pues ya él la esperaba en Berlín, y ahora sólo falta- | ba que él apoyase también á su candidato, pues pl onto sería nueva- | mente recibido en palacio, y quería tener preparada á Raquel para 3 presentárselo de un modo oficial. | Aquí Martina hizo el más negro cuadro de la abyección en que ' había caído Orlando abrazando la despreciable fe romana. Y ya se disponia á un largo panegírico sobre la fe pura, limpia, elevada, san- tificante por sí misma, del nuevo pretendiente, para atraer sobre él las simpatías de Bamberg, cuando éste la interrumpió diciendo: A A O a A a az

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