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Novela histórica 185 su historia, su pasado, su presente, su futuro... todo, le acomectía, le vulneraba y le vencía. ¿Cómo se presentaría él á su hijo á4 pe- dirle cuentas? ¿cómo le escribiría? ¿en qué tono lo haría ó le ha- blaríia? Aquel hombre de acero, aguerrido, intrépido, avezado á todos los peligros, y á todos los combates, y á todas las victorias, se encerraba muchas veces para salir de sí mismo dando rienda suel- ta á su dolor comprimido, á su aflicción inmensa y en la abundan- cia de sus solitarias lágrimas desahogaba su pecho. El, y nadie más que él, podía comprender y juzgar el valor de aquellas lágrimas; él, y nadie más que él, podía darse cuenta de lo terrible y crítico de su estado. Maldijo sus galones, su riqueza, su posición altísima y hasta su vida. ¿Y á su hijo? ¡Ah, su hijo... Allí, á solas, ante Dios solo por testigo, qué adorable se presentaba á sus ojos! Para él no tenta ni una palabra de amargura, ni una nota de queja; y veía como la cosa más próxima á realizarse, y todo por causa de él, la pérdida de todo aquello que acabada de maldecir, galones, riqueza, posi- ción, vida. Así de preocupado y de abatido le encontró Martina. ¿Cómo no había de llamar su atención aquella especie de idio- tismo con que escuchaba la relación exaltada que ella á su regre- so le hacía de la perversión de su hijo y de todo lo sucedido en N... incluso su matrimonio oculto? David, á medias palabras, dió la clave á su mujer para desci- frar el enigma sobre aquel extraño fenómeno que notaba en: el General. Cuando Martina medio se enteró y medio dedujo lo sucedido á Hereford en la Logia, exclamó llena al mismo tiempo de fe y de pena. —Lo siento en el alma, David, que esta desgracia haya sobre- venido á individuo de la familia. Pero... ¡justicia de Dios! Y quedó convencida una vez más y para siempre, que lo peor de todo era el papismo, pues si se hubiera hecho judío, nada hubiera sucedido. Al mismo tiempo, juntaba las manos en actitud piadosa levantándolas para acompañar su devota miruda al cielo, y adora- ba la Providencia de Dios reconociendo el cuidado que el Omnipo- tente tiene del Evangelio puro, pues sin esos terribles castigos,

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