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134 Equivocación... refinado hipócrita, un tierno cocodrilo. (Que se conocia bien había aprendido ya papeles de los papistas, pero que ella sabia bien á qué atenerse; y que aunque se transfigurase el papismo en ángel de luz y dijese que era bajado del cielo, ya Pablo en su segunda Epís- tola á los cristianos de Corinto, la tenía prevenida contra eso. En tales disposiciones de ánimo dejó á Orlando en el hotel y ella se volvió á Berlín dispuesta á notificar al General la noticia por dolo- rosa que le fuere. Ignoraba que el General ya la sabía. Precisa- mente por la noticia y porque la sabía muy bien el General, ella á'su regreso encontró la casa consternadísima. Hereford estaba apenas repuesto de la terrible impresión y grandemente preocupado con todo el asunto de su hijo, previendo sus últimas y fatales consecuencias. El buscó y leyó un papel que firmara hacía 24 años en aquella logia. Bien presentes tenía uno por uno todos los preceptos y todas las prohibiciones que releía, pero ¡qué suceso era aquel tan ex- traño! No sabía nada, ni la causa porque su hijo había llevado á cabo semejante cambio, ni los medios ni los modos de que se va- liera para realizarlo. Unos meses de hospital, siquiera fuese exclu- sivamente entre papistas, le parecía increible, y cuusa despropor- cionada para tamaña empresa, y menos aún no habiéndole consul- tado á él nada. ¿Es que acagp se lo dije yo? Imposible. Sí que mi conciencia es- tuvo á punto de hacerme traición cuando le ví herido sobre el caballo y próximo á morir, para descargar mi conciencia ante Dios. También ereo se lo quise decir al regresar á Berlín, pero lo dejé para la hora de mi muerte. Y ahora él lo hace... ¿Se lo habré dicho yo y no lo recuerdo? Pero más que la causa, los medios y el modo de convertirse, le preocupaba el cómo ahora volvería su hijo al buen camino dejado, y como cumpliera él su terrible compromiso con la Logia, en la cual le iba la vida, y acaso, acaso antes la honra, la fortuna y la carrera, muriendo asi deshonrado. No dormía siempre que estaba acostado, ni comía siempre que se sentaba á la mesa. Todos los ejércitos, y todos los enemigos, y todas las batallas habidas hasta entonces no le habían inquietado tanto, desazonado tanto y acobardado tanto. Su interior, su exterior, su conciencia,

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