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Novela histórica 151 que mil muertes, algo le exigió tener prevenido en cualquier mo- mento para la primera vez que fuese llamado, y sin tiempo para respirar de su ahogo, sintió bajo sus pies como un torno que giraba, como un descensor eléctrico, un metro cuadrado del pavimento que él pisaba se hundió con él instantaneamente, y como por encanto se encontró en la entrada, á la puerta de la calle. Al salir le mostró el portero un puñal y un cartelón que decía: «Silencio». A Bamberg se le exigía arriba otro juramento; el de no dar su hija Raquel, léase sus millones, al malvado, á Orlando católico. Hereford salía tan aturdido, que creyó le llamaban los prime- ros militares que al verle levantaron la mano para saludarle. Hasta después del susto y sus consecuencias con varios días de cama, el General no recordó sus jurados compromisos con la ma- sonería donde le afiliaron Bamberg y su cuñado Klopstoch después de la conferencia con Bismarck. Martina no adelantaba nada en el hotel de N... antes bien per- día las ganas de comer y la salud, aprovechando bien poco su fer- vor luterano en el ánimo de Orlando. Convencida de la inutilidad de sus consejos, ruegos y lágrimas, miraba á su hijo ya con repug- nancia; en su delicadeza de conciencia y escrupulosidad de alma le hablaba rara vez, pero ya la razón le acusaba el gran peligro de contagiarse por más que estaba bien fundada en la fe, y en la pura religión de la Biblia. Se figuraba que su hijo, en el mero hecho de ser papista, tenía ya el cólera morbo, la fiebre amarilla, la peste bubónica, la virue- la negra, el tifus contagioso y galopante tisis. Orlando comprendía muy bien las prudentes retiradas y las largas ausencias de su mamá en horas y horas por no conversar con él, y un día le dijo lleno de compasión y de cariño. —Mamá, ¿por qué no me acompañas algunos ratos? Estaba tan bien acompañado en el hospital, que me haces desearlo en vez de... —Ya me iré, hijo mío, ya me iré, y podrán venir tu papista y tu culebrón para que te conviertan en hospital el hotel, Y se salía de la pieza inmediatamente, como siempre que en- traba alguno, á trazar planes para convencer á Raquel que debía aceptar á ojos cerrados al Duque Norfolk,
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