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Novela histórica 129 las frutas, las flores, el verdor del campo, el espíritu padece y 8e anuonada delante de la descomposición de la triste y pavorosa muerte. Así es que Hereford semejaba una estatua; no osaba andar. «Pisa, pisa» —resonó á sus oídos una voz estridente,—pisa el polvo, los huesos, las entrañas de las victimas impías..... Asi eran calificados los católicos que allí habían muerto por no renegar de su fe, y otros que allí estaban entewados por faltar á sus impios juramentos. Sagrado y profano, todo mezclado bajo una misma maldición. Hereford andaba un poco, los huesos humanos crujían bajo sus plantas como los huesos de las aves entre los dien- tes del sabueso. La primera pared donde posó sus manos cedió como puerta en- tornada. La traspuso y se encontró en un pasadizo largo bastante iluminado por dos altísimos ventanales, que enviaban su luz al fondo. Apenas él veía. Andando tropezó con una máquina rodada armada de puñales á modo de Jengúetas. Estaban enmohecidas, y el suelo alrededor ensangrentado y las paredes salpicadas. ¡Cuántos cuerpos de papistas habían sido allí martirizados! ¡Cuántas almas habrían volado de allí al cielo! El General, después de andar todo el corredor á lo largo y con algunas vueltas á la derecha y á la izquierda, después de haber subido y bajado algunos planos más ó menos inclinados, vino á parar á una gran puerta gótica. Ya le esperaba abierta. Allí se le devolvió la espada. Entró, y se encontró en un salón grande 6 imponente. Todo estaba tapizado de un negro que ponía espanto en el corazón. Tres largas filas de bancos subían .unas sobre otras desde el pavimento. Los asientos estaban ocupados por fantasmas vestidos de blanco inmaculado. Llevaban los seres allí sentados una larga túnica, un cucurucho inmenso que elevaba de una manera extraor- dinaria la estatura de cada uno. Semejaban obeliscos de alabastro. En el fondo del salón había un catafalco, un féretro rodeado de antorchas encendidas, cubierto con un terciopelo negro, ostentando en letras blancas y muy grandes su propio nombre y apellido, encima había un puñal aceradísimo y reluciente, sobre él descan- saba algunos dientes una horrible calavera. .

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