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ea pe De É 128 Equivocación.. ner la firma; y Hereford, más mirando á su conciencia y á Dios que á lo que podía significar aquel fatídico «Soy traidor», lo firmó. Una de las paredes laterales se abrió dándole paso, como si sólo fuese una inmensa puerta de terciopelo descorrido. Hereford no vió nada á través de la ancha puerta. La luz de los mochuelos encendida no llegaba á disipar aquella pavorosa obscuridad. El General entró en ella alargando las manos, cerrando los ojos, con repugnancia inmensa; el olor era insoportable. El deseomunal telón volvió á cerrarse formando á su espal- da formidable pared sin dejarle ver nada, sin acertar á distinguir dónde se encontraba, y sumido en un silencio profundo. Algunas notas de un miserere cantado llegaban á sus oídos des- de muy lejos. Abrió los ojos desmesuradamente; nada veía. Temblaba, tenía frio, no sabía si aquel frío era hijo del terror ó hijo de la atmósfera. Una luz fosfórica cruzó entonces por el suelo serpenteando. Hereford horrorizado se cubrió el rostro con las manos. Había visto en el pavimento y en los rincones huesos amonto- nados, calaveras, cadáveres enteros, sepulcros entreabiertos, don- de se veían sombras negras gigantescas, cenizas, esqueletos, mor- tajas en girones, largas cabelleras, copas rotas manchadas de san- gre, mil puñales para su corazón. De los sepuleros salian también y cruzaban por el aire esos fuegos fátuos en varias direcciones; y del techo caían gusanos, colgaban cadáveres, momias, espectros y horrores sin cuento. Aquel mundo fantástico tenía una inmensa realidad, pues todo cuanto se supone, allí había sucedido. (1) Parecía que era la naturaleza en el día del juicio, abrasada por el fuego del cielo, descompuesta, sacada de quicio, destruida y pulverizada; la naturaleza convertida en un inmenso cadáver, sumida, devorada por todas las fuerzas de muerte, de exterminio, de triste y horrorosa descomposición que hay en sus entrañas. Y así como la vida es tan grata, como el espiritu se recrea en ver (1) A los católicos singularmente en poder de los protestantes. Allí y en otras muchas partes de Berlín y Londres, de Alemania é Inglaterra, en tiem po de Lutero y de la impía reina Isabel, y después en tiempos de otros Luteros é Isabeles, imputando descaradamente sin verdad, sin razón y sin justiciaá la Santa Inquisición que también ella hacía esos horrores en sus cárceles con los herejes y protestantes. Cosa que jamás hizo la Inquisición y que jamás se lo ha podido probar el protestantismo calumniador que se lo ha imputado.

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