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Novela histórica 127 minaba su terrible boca que parecía las fauces de un monstruo mitológico. Un ruido horrísono de cascabeles, de campanillas de fuertes detonaciones, se oyó entonces, y todo en silencio de repente, una voz que decía «pase el traidor». Las fauces, como monstruosa boca hambrienta, se dilataban más hasta donde tenía los pies Hereford, y éste desapareció como si lo hubiera tragado la tierra. Entonces se encontró en una estancia mejor. Estaba iluminada por dos hachas encendidas. Las paredes, el techo, el suelo, y hasta una mesa y una silla que á lo lejos dis- tinguió en una pared, todo, todo estaba cubierto de negro, pero por todos lados habia grandes cartelones, donde podía leerse en letras de sangre «Traidor». Un guante negro que parecia un siete, un girón de la tela rota, y agitada por el viento, le hizo seña de acercarse á la mesa, allí le indicó con el dedo leyese el papel que sobre ella había, y luego escritas en papel de sangre estas pala- bras: «Soy traidor». Firma. ó —No firmo...—se le escapó al General súbitamente, sin re- flexión ninguna, al mismo tiempo que hablando se echaba la mano á la cintura para empuñar la espada. Le habían despojado yá de ella. Encontró sólo la vaina, En el momento de su rebelión sintió alrededor de su cuello un frío especial, finisimo, de acero, algo así como navaja de afeitar, algo que podía funcionar tan suave, pronto y terminante como la guillotina, y que le hacía estar más recto que militar cuadrado en su presencia. Hereford, en un momento, examinó toda su vida hasta aquel terrible instante. Algo le remordió la conciencia horriblemente. ¿Qué merece el que hace traición ásus juramentos y á su patria? —La muerte. —Nuestra patria es el cielo, y vos faltando á vuestros juramen- tos, habéis sugerido ó consentido que vuestro hijo haga traición á su patria celestial. Merece la muerte eterna. La conciencia acusaba atrozmente á Hereford esta verdad, pero se le sublevaba la sangre porque no era allí donde él debía rendir esa cuenta. Todavía el dedo seguía indicando en el papel dónde debía po-

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