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' , a | 126 Equivocación. . ciado. Sin duda ha sido citado á la habitación cuya puerta osten- ta este letrero: «Penitenciaria» y de allí baja. El ser que venía tendido se levanta. Es alto, muy alto, bien fornido. Sus dientes rechinan de frío, tiembla y da un grito espan- toso, de miedo ó de rabia. Algunos ratones ó sabandijas han corri- do bajo sus pies; algunos murciélagos han tocado su frente con las finas membranas de sus alas. Está fuera del ataud y no se Áátreve á andar. Parece un niño grande que se asusta de su sombra. Sin embargo, si levantásemos la bocamanga de aquella ropa veríamos una altísima graduación militar que supone un valiente; si levan- tásemos aquel antifaz negro, nos sorprendería el rostro bizarro del aguerrido General Hereford. Era él, en efecto. Una simple tarjeta con estas dos letras de ci- tación. «Sala penitencial» le traía allí. No puede sostenerse de frío y se sienta en el suelo, más frío aún. En aquel mismo instante en las dl vetustas y negras piedras de la techumbre, resaltando en medio de | la espesa oscuridad, aparecen unas fosfóricas luces que dicen «Traidor». Aquellas letras, que parecen escritas en el aire por la mano invisible de algún genio, sorprenden al bravo militar. AA + 7 Un quejido ronco sale de su pecho; se levanta lleno de cora- je y con voz entera y firme, exclama: No lo soy... Pa a Sus palabras se pierden en el vacío, y no llega á sus oídos sino el eco de las últimas, lo soy. 24 La obscuridad más completa vuelve á caer sobre la terrible 7 io O e ha E 4 a AI CATIA estancia. Parece que la noche es alli más tremenda y más espesa. De pronto se siente retemblar el suelo. Hereford quiere asirse PA Lu EPI TT AMADA LGA AAA an . Ñ á la pared, pero no llega á tocarla; quiere acogerse al ataud y no ] lo encuentra, ha desaparecido, ha vuelto arriba. Un sudor frío j baña su frente. El temblor crece, y á sus pies se abre un sima. Por ella sale un fuego. rojizo que le hace dar un salto atrás. Aquel fuego rojizo, color de sangre,.tiñe luego de este color todos los ámbitos del subterráneo. Hereford vió cruzar asustados toda clase ¿ de reptiles al reflejo de aquel resplandor, parecido al fuego con 18 I l , > q que Miguel Angel pintó el infierno. De súbito se apagó el fuego: quedó otra vez la estancia oscura, EN pero la sima quedó abierta, encarnada, y un opaco resplandor ilu-

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