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EN 4 4 ( 4 ] 4 Equicocación... espirales deshechas por el viento. A la vista de la horrible matan- za, todos recordaban sus deberes, las imposiciones del honor, la fidelidad 4 su bandera, y la abnegación que debían á la patria. Entre la bruma, en medio del trueno, en la sombra enorme desde donde reía la muerte, entre el caos de choques épicos, entre el in- fierno de cobre y de bronce que choca contra el hierro y lo derri- ba y aplasta, y destroza la carne, y pulveriza los huesos, entre el mugido de la salvaje hecatombe, entre el son estridente de los cla- rines que lanzaban sus sombrías órdenes... los brazos se fatigan... el fuego disminuye... el cañón atronador estupefacto se calla, para que el pecho vencedor lance al aire y se deje oir la voz embriga- dora de ¡victoria! Alemania había triunfado. Las águilas negras extendían sus siniestras alas sobre la Francia. ¿Mi hijo?... ¿mi hijo?... repetía Hereford aun en el fragor del combate, y mucho más luego que quedó victorioso ganando la ba- talla.—General, su hijo vive.—Le respondía un Ayudante que es taba en continua comunicación con la ambulancia. —Su hijo vive; el Doctor Schoreh no se. aparta un momento de su cabecera, y de- cía hace una hora, que tanto si se toma la plaza como si no, él es de parecer gestionar con nuestros enemigos cuanto antes, su tras- lado al hospital militar, y que urge consulta de médicos. La que antes hubiese sido imposible está ya en nuestra mano. Felizmente la plaza se ha ganado; ya sabe V. E. lo demás. Pero la Ciudad es nuestra, ¿y mi hijo ha de ir al hospital? — Si; General, dice el Doctor que allí encuentran todo más á mano, y mejor servido que en el más imperial palacio. Y esto urge, lx- celentísimo señor. —Asi pues mi hijo vive, pero sin esperanza de vida... No es eso, mi General. Todo lo contrario. Precisamente pot- que se espera salvarle quiere Schorch, el hospital, y con urgencia consulta de médicos. —Sedme franco, ayudante, ¿que habéis oido de la gravedad de mi hijo?—Señor... Orlando no vuelve en sí, Y como se retardó la primera cura, amenaza la gangrena, y... 10 sé qué más decía el Doctor. He oido que es preciso amputarle la mano. —¿La mano? Y acaso el brazo. Pero mi hijo al darse cuenta sentirá más la inutilidad que la

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