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122 Equivocación... nóstico no sería ciertamente en ese sentido. De todos modos estoy contenta con la presencia de Norfolk en mi palacio. Orlando ten- drá que sufrirlo ó marchar; y la papista no ha de entrar en casa. Mil recursos y mil medios tengo yo para anular el matrimonio de la raposa astuta, ó para que se declare el divorcio. Pero no. Me importa ya todo eso nada. O bien Orlando vuelve al buen camino, maldiciendo en mi presencia cuanto le han hecho adorar, ó Nor- folk será el elegido de Raquel. Primero se opondrá, no hay duda; pero una madre puede mucho. Me encargo yo de prevenirla y con- vencerla. Creo será razonable. Jamás mi hija se casaría con un 'adáver. Pues bien; Orlando es ya peor que un difunto. Ya puede suponerse lo muy lacerado que estaría el corazón de Martina, y lo muy excitada que estaría su imaginación al hacerse á solas tan desatinadas consideraciones. Amaba entrañablemente á Orlando, hasta el punto de no haber distinguido nunca preferencia entre su hija y su hijo. Pero como se ama más que lo temporal lo eterno, más que la tierra el cielo, más el alma que el cuerpo, ella estaba dispuesta á toda ampu- tación y á todo sacrificio, como la mas grande santa, por el reino de los cielos. Así se lo enseñaba Mateo en su Evangelio, Capí- tulo XVIII. Orlando, por delicadeza, aunque ya suponía, según había deja- de do encargado, que las hermanas del hospital avisarían al Eminen- tísimo Señor Cardenal, quiso él también ponerle dos letras de atención, ofreciéndole su nueva provisional y momentánea residen- cia. Le decía, que pacientemente había sufrido ser trasladado del hospital al hotel, y acaso tendría que sufrir también el pronto 1% ] pl ¡ b 4 traslado de allí 4 Berlín. Pero que de todos modos no se retiraría sin visitarle en Palacio, pues tenia que darle las gracias por todo A y hablarle de Sor Leona para pedirle consejos. El Emmo. Purpurado le contestó que se había enterado con hon- dr da pena de todo lo sucedido en el hospital 4 la llegada de su mamá y que sentía vivamente el disgusto que se había tomado la señora. Para que no se repitiese un acto desagradable, que se abstendría de ir á visitarle mientras estuviese su mamá; pero que si él juzga- ba necesario, siempre y á todas horas y donde quiera, le tendría á , su disposición al menor aviso. Orlando supo por el Dr. Schorch que no había de ir por enton- RAID Ti ii se ci

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