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. ies a A TOA E SISTE AMÉ ELA ARRI IA ES Ps RN <A Ann IIGLATID5A 120 Equivocación... En su vida había sentido Martina su cabeza más confusa. Jamás se había reconocido ni ereído tan pobre de recursos. Y ello era preciso saberlo. Directa ni indirectamente no encon- traba medio ni modo de evitar otro conflicto, acaso mayor, en cuanto se pusiese sobre tapete la cuestión. Se previno, estudió pa- labras é inflexiones, y con el ánimo resuelto á cortar luego según el sesgo que tomase la conversación, preguntó á Orlando en qué disposición se encontraba respecto de Raquel. Orlando, sin responder palabra, la miró fijamente. Martina se convenció de la tormenta que preparaba llena de electricidad, y estuvo dudando si dejar caer rayos y centellas ó si desplegar el paraguas del silencio y evitar el chubasco. Orlando la veía con las palabras palpitantes en sus labios, pero que no adquirían for- ma. ¿En qué pararía aquello? Martina, por fin, se resolvió á conjurar la tormenta, diciendo: No quiero conversación. No quiero sino que categóricamente me contestes á lo que te he preguntado. ¿En qué disposición te en- cuentras respecto de Raquel? —En conciencia no puedo casarme con ella. Martina reprimió un oleaje, una marejada tan grande de ira, que por breves momentos estuvo otra vez moviendo los labios ner- viosísima, abriendo y cerrando la boca sin pronunciar palabra. ¿Para qué quería más clara confesión ni más testigos? Era cierto su casamiento oculto con la papista. Ya lo haría ella saber 4 Bismarck y al Rey Guillermo para que castigasen con todas las leyes divinas y humanas al autor de se- mejante criminal atentado. Todavía amainó sus furias y sus velas desplegadas y dijo apa- rentando un mar de calma, pero mar cuya superficie riza apenas suave céfiro, y en cuyo fondo rugen las tempestades: —Confirmame por escrito esa declaración. Orlando, más sereno que el cielo, pidió recado de escribir, y puso sobre su firma: En conciencia no puedo casarme con Ra - quel. —¿Para qué queréis eso, mamá?, preguntó Orlando al ver la avidez con que Martina se guardaba el papelito después de leído. Ella, por toda contestación, le dirigió una mirada indiferente. Mirada bien extraña para Orlando. Se explicaba una mirada de

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