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118 Equivocación... —;¡ Hijo mío!...—Llorando. Martina le echó los brazos al cuello y le abrazó como la madre más cariñosa y convencida y apenada del mal paso y extravío de su hijo. Orlando lloraba tan tierna y copiosamente como ella, aunque por distintos motivos. Por más que juntasen las frentes, era muy difícil que la luz ra- diante de una pasase á disipar las densas tinieblas de la otra. La compasión del uno por el otro era inmensa. Se fundían los afectos, los sentimientos se identificaban, las lágrimas de Orlando, dulces como la lluvia, se mezclaban con las de aquella infeliz madre, amargas como el mar. ¿ Con toda la fe de su alma y con toda su confianza en Dios, Martina suplicaba al cielo apartase á aquel amado hijo de tan ho- rrible como involuntario extravío. Orlando, con igual disposición de ánimo, rogaba á Dios menos luz divina para él; un poco siquiera para aquella tierna y ciega madre. Por fin fué atendido Schorch en su justa observación y hasta el día siguiente no se trasladó 4 Orlando al hotel. Martina exigió al Doctor silencio absoluto sobre todo lo acaecido con su hijo. Exi- gencia tardía. En cumplimiento de un deber terrible, cuando Schorch había escrito á Berlín, no fué sólo á Martina. IAS La Sra. de Bamberg había dejado en Berlín, á medio escribir, una carta de pura atención, cuando salió para N... movida por los avisos urgentes de Schorch. Aquella carta la tenía escrita hacía tiempo y la pereza natural por un lado, y sóbre todo la poca im- portancia que le daba, jamás le dejaban ponerle fecha, firma y se- llo y echarla al correo. Era nada más que contestación á una de luto que había recibido allí mismo en N... de manos del General, TEA GUA RR DA pa AAATE p5ná poco antes de su regreso á Berlín, en el mismo día. Ella contestaba que agradecía la atención y que gracias á Dios no había muerto Orlando como decian los diarios en los pri- meros momentos. Por lo tanto que no había lugar á su petición. Y la carta que le merecía tal contestación, decía asi: 4 A aaa BEN A