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Novela histórica 117 de dolor; pero no sabes lo que dices. Cálmate; te lo ruego por tu bien y para mi tranquilidad. Martina se irritaba más ante la paciencia y dulzura de Orlan- do; y como notase que éste no pudiéndola hacer callar con razones, se tapaba los oídos por no oir tales horrores con tan horribles an- gustias de su conciencia, se enfureció hasta el punto de decirle que había desacreditado, deshonrado á la familia, echando sobre ella el borrón más imborrable é ignominioso. Martina gritaba demasiado para que Orlando dejase de oirla por más esfuerzos que hacía en contrario. Súbitamente quitó los dedos de sus oídos y aun pudo percibir muy claras las últimas pa- labras. A punto estuvo de perder en un momento toda su manse- dumbre. Sin embargo, acudió pronto á la reflexión y pensó que su mamá era muy dispensable y digna de compasión, pues tiempo atrás lo mismo pensaba él, y bien sabía cuánto estudio, esfuerzo y abnegación le había costado á él vencerse interiormente, humillar- se exteriormente y su total regeneración. Tales calificativos á cual más denigrantes oyó contra los papis- tas, que Orlando no pudo menos que decirle: —Pero mamá, nunca te he oído expresarte así, ni contra los asesinos, ni contra los ladrones, ni contra los raptores, ni contra ningún malhechor, —Porque no hay nadie que merezca tanto las execraciones de todo el mundo como los papistas, que son cada uno, todo eso y mu- cho más. —Pero mamá, no seas injusta. ¿Soy yo un asesino, un ladrón, un raptor, un malhechor, por ser católico? Porque en iguales con- diciones que los demás me encuentro yo. Y una de dos: ó lo soy yo siéndolo ellos, ó ellos no lo son si no lo soy yo. Lo seremos todos, si acaso, no por ser católicos, sino por ser malos católicos. —Lo eres tú también, hijo mio, lo eres. Y eres mucho peor que todo lo dicho; pero tú lo eres materialmente engañado, de la noche á la mañana, sin reflexión, y eso te disculpa á mis ojos y á los de todo el mundo honrado. ¡Oh cuán activo y corrosivo es el virus de esa doctrina venenosa del papismo romano, que en cuatro momentos que has estado aquí ha pervertido tu inteligencia clarísi- ma y pronto, pronto, invadiría también tu conciencia y corazón si luego y muy luego no tomas el antídoto, volviendo al buen camino. aa

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